Arte “no culpable”

10 nov 2023 / 11:26 H.
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En mitad de una nave industrial vacía, solitaria, reluciente con fondo níveo, una mujer vestida con un traje morado y portando una maza se acerca silenciosa a una réplica del “Moisés” de Miguel Ángel. Tras rodear la estatua —a Dios gracias solo una copia de yeso— se lanza a destrozarla. Empieza por las rodillas, que le quedan a su altura, luego por las tablas de la ley, y sigue ascendiendo hasta que llega a la cabeza y ahí, con especial fiereza vestida de pérfida sonrisa, destroza los “cuernos de la sabiduría” que adornan la testa de la genial obra renacentista y que, según versiones, son la representación de los “rayos de luz” que emanaban de Moisés.

Tras la destrucción, la cámara se aleja y la pantalla se funde a negro. Estábamos frente a un corto de una “artista” ubetense, Cristina Lucas, que puede verse en las redes y también en, curiosamente, la exposición de CaixaForum Madrid “Veneradas y temidas” sobre el poder femenino en las artes.

Ese afán de destrucción simbólica del arte se une, en esta ocasión, al ya manido “heteropatriarcado” pero solo es una idea más que añadir al lamentable listado que, esta vez no simbólicamente sino real, suma cada vez más ataques a las obras de arte que conforman nuestra cultura. La que acabamos de sufrir atañe a la velazqueña “Venus del Espejo” en la National Gallery de Londres. Y no es la primera vez que esta excelsa obra sufre el ataque de locos enajenados y fanáticos que no son capaces de distinguir la belleza, es más, les molesta por cuanto no forma parte de su escuálido universo fascistoide-populista. De hecho, una tal Mary Richardson ya atacó la pintura con un hacha mientras gritaba: ¡Intenté destruir la imagen de la mujer más hermosa de la historia de la mitología en protesta contra el gobierno! En esta ocasión han sido los de “Just Stop Oil” los encargados del desafuero en aras de una limitación de las licencias petroleras. Además de las de Miguel Ángel, obras de Van Gogh, Andy Warhol, Fragonard, Gustav Klimt, Picasso, Delacroix, Vermeer, Monet, Botticelli, Rembrandt o Leonardo da Vinci por poner solo algunos ejemplos, han sufrido todo tipo de violaciones, desde manos y cabezas pegadas con pegamento a sus telas o marcos hasta sopas de tomate, tartas, pintura y otras sustancias arrojadas sin el menor rubor.

Un ejemplo ya clásico es el ataque a “La Piedad” de Miguel Ángel en el Vaticano. En 1972, Lazlo Toth, golpeó la figura de la virgen gritando: ¡Soy Jesucristo resucitado de entre los muertos! y dañó un ojo, la nariz y un brazo de la imagen. Otro, más cercano, es el Guernica de Picasso. Todos recordamos el armazón de vidrio y metal que lo protegía en los primeros tiempos de su llegada a España. Y es que el cuadro ya tenía una historia de ataques. Tony Shafrazi, protestando por la Guerra de Vietnam escribió “Kill lies all” con pintura roja en el lienzo durante su estancia en el MoMA neoyorkino. No contento con ello, otro visitante le clavó un lápiz. Ya en el Reina Sofía se pensó que era mejor prevenir que curar. Hasta la inocente Gioconda de Leonardo ha sido rociada con pintura, con ácido y hasta se le lanzó una piedra en el Louvre. La pregunta es obvia: ¿Tiene el arte culpa de alguna de las excéntricas locuras de quienes lo atacan? Aun reconociendo que ciertas acciones de las perpetradas pudieran estar basadas en reivindicaciones más o menos razonables como las relativas al medio ambiente, es absolutamente lamentable que sean las muestras más representativas de nuestra cultura, de nuestra historia, las que merezcan tales sacrilegios. Protestar no puede ser sinónimo de destruir. El arte es, por supuesto, “no culpable” de las atrocidades que, supuestamente, hayan cometido o puedan cometer instituciones, gobiernos o individuos desquiciados. El arte, la belleza, están o deberían estar, por encima de ese mercadeo de ideas, de aspiraciones, de activistas cegados, de locuras transitorias o permanentes. Ninguna obra de arte merece un martillazo ni un lanzamiento de pintura roja. Ninguna.

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