Aquellos viernes

    14 abr 2022 / 16:34 H.
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    Cuando era pequeña vivía el Viernes Santo con gran intensidad. En Noguerones, mi pueblo de infancia, era costumbre permitir a los niños salir de excursión por el campo y disfrutar de cierta libertad, entonces los padres no eran tan protectores. Eso sí, a la hora de almorzar había que estar en casa, para dar cuenta del potaje, el bacalao frito, la tortilla de espárragos y el arroz con leche. No acababa yo de entender lo del ayuno de los mayores si luego engullían la enorme cantidad de comida que mi madre preparaba para la ocasión. A mí sí se me permitía desayunar una de las ricas magdalenas que en los días previos habíamos horneado en la panadería. La Semana Santa siempre llegaba impregnada del olor a pestiños y roscos fritos, una fiesta para el paladar. Por la tarde, las niñas nos poníamos nuestros calcetines de encaje, un vestido primoroso con rebequita, y salíamos a disfrutar de la procesión que paseaba a nuestro Cristo en un sencillo trono, muy alejado del boato de las cofradías de otros pueblos y ciudades. Vivía intensamente aquellos momentos y sufría por Jesús, que se había sacrificado por todos nosotros. Me gustaría recuperar aquella fe inocente y volver a creer en la humanidad, pero las imágenes de la guerra no me lo ponen fácil.

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