Aprender de los errores

06 nov 2021 / 15:58 H.
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Hablar del error es hablar de algo que emerge y florece allí donde hay actividad humana. Si entendemos el error como distorsión, inadecuación o improcedencia en un proceso, dondequiera que haya proceso es posible el error y podemos encontrarlo, de manera multidisciplinar, en diferentes áreas de conocimiento experiencial y científico, siendo objeto de consideración por parte de la historia, la física, el derecho, la enseñanza, la medicina, la política y otras muchas más. A ello habría que añadir las variables relativas al sujeto que los comete, a errores de pensamiento, lenguaje, acción o engaño voluntario. Haremos una incursión por algunos de los ámbitos señalados, especialmente en aquellos que nos afectan como ciudadanía y que comportan cambios o inaniciones. Echando la vista atrás, a la época de la pandemia, en la que ha habido muchos errores que han afectado a la comunicación (infodemia), a la sanidad, a la educación y específicamente a lo político, en el sentido de engaño o encubrimiento de la verdad, que en muchas ocasiones incapacita a la sociedad en los procesos de participación democrática. Nos encontramos ahora en la época de postpandemia y cabría preguntarse ¿qué hemos aprendido de los errores cometidos?, ¿recordamos los momentos de incertidumbre vividos y los temores manifestados? Seguramente sí, aunque a tenor de lo que vivimos cada día el aprendizaje parece haber sido fugaz y probablemente necesite de un reforzamiento. Si nos centramos en nuestra ciudad olvidada, Jaén, el error es un indicador o sensor de procesos que no han funcionado como esperábamos, de problemas no resueltos ante los que debe existir la necesidad de reconocerlos, de introducir el diálogo, el debate y la autocrítica. El error es uno de los engranajes de la rueda de la historia. Es hora de aprender de los fallos, los desaciertos y los errores. Es el momento de plantear una nueva ética basada en el reconocimiento de los propios errores. Podríamos hacer un largo listado de errores en nuestra ciudad, unos más cercanos y otros más lejanos: el Colce, la ITI, las infraestructuras, el ferrocarril, el ansiado AVE, donde nos apartan de la lógica de la línea recta y nos dejan a un lado. Es un error viejo, pero no olvidemos que su trazado se diseñó cuando más consejeros de nuestra ciudad gobernaban en la Comunidad y ahora, obviamente, sabemos que un tren de alta velocidad Madrid-Jaén no es rentable si no tiene continuidad con otra gran ciudad. El tranvía y su puesta en marcha ha sido un cúmulo de errores que nadie asume y de los que nadie aprende. La culpa siempre es de los otros. Asistimos, por tanto, a una concepción de error como falta de verdad. Desde un punto de vista filosófico y lógico, el error esta en afirmar algo diverso de lo que es y, en este sentido, el error es lo contrario de la verdad. El error está en el juicio, al afirmar algo incongruente con la verdad o en contradicción con ella. Sin embargo, aprender de los errores, no resulta fácil, porque precisamente la dificultad está en determinar la magnitud y transcendencia del estropicio producido, sus causas y responsabilidades y, más difícil aún, como enmendarlo sobre todo si pensamos que los errores en política deben pagarse en las urnas. Debemos valorar los postulados de la pedagogía activa de Paulo Freire que apuestan por un enfoque social que promueva la capacidad de autocrítica y un compromiso amplio con un proyecto común para la ciudadanía jiennense en el que no haya ni ganadores ni perdedores. El aprendizaje de hoy vale siempre para mañana y, por tanto, aprender de los errores propios en política es crucial no solo para no volver a cometerlos, desde la responsabilidad de los que gobiernan, sino también para no cometer de nuevo los errores que otros cometieron. Intentar aprovechar la crítica de los errores cometidos es una gran oportunidad para aprender.

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