Apoteosis del musical

22 dic 2024 / 08:55 H.
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El cine —en salas— tiene una capacidad hipnótica sobre el espectador. Lo introduce en la trama y le hace sentir sensaciones y emociones como si formara parte de la historia que se desarrolla en la pantalla. El teatro es distinto. El público acepta el engaño que le propone el actor, en ese pacto que describió en su día excepcionalmente Jorge Luis Borges. Más ahora, cuando en numerosas obras ha desaparecido la escenografía y tienen una envoltura poética. En algún caso la pieza reúne una importante sucesión de ideas que exigen al público un considerable, continuo y agradable esfuerzo intelectual (el teatro de Juan Mayorga, por ejemplo). Pero los musicales, que atraviesan un momento brillante, de absoluto esplendor, apoteósico, por número y calidad de los espectáculos, resultan distintos a las obras de siempre, al teatro tradicional, digámoslo así. Porque transmiten una maravillosa sensación de hipnosis. Con la música, con las peripecias coloristas: con el talento de los intérpretes. Por ejemplo, “Mamma Mía!”, que desde 2022 se representa en el Teatro Rialto de Madrid, espectáculo que ha superado las 800 funciones y 600.000 espectadores.

Francisco Umbral fue miembro del jurado español del Festival de Eurovisión en un año próximo al arrollador triunfo en ese certamen del grupo Abba. Francisco Umbral dejó caer ante las cámaras una de sus sentencias. Dijo: “Eurovisión es un festival democristiano”. “Mamma Mía!”, con el libreto original de Catherine Johnson, que ha sido traducido a más de diez idiomas, inspirado en la música de Abba, podría ser, sí, una obra con fondo democristiano, pues incluso incluye un sacerdote y una boda en escena, pero se escapa por muchos sitios de tal ideario, y se convierte, sobre todo, en un musical que transmite una deliciosa, contagiosa y deslumbrante alegría de vivir. Ya sucedía eso en la vibrante película estrenada en 2008 y protagonizada por Meryl Streep. Y vuelve a ocurrir en esta brillante apuesta de teatro musical, con una colosal Verónica Ronda como protagonista en el papel de Donna, una madre soltera. Alegría de vivir, claro, no al estilo de Peret —también en Eurovisión— sino de Abba, cuyas canciones —les demos gracias— nos trasladan a nuestra juventud, a ese recuerdo que guarda dentro cualquier buena canción, que no es poco. La hija de Donna se va a casar y quiere saber quién es su padre. Rebusca a escondidas en los diarios de su madre e invita a tres novios que la mujer tuvo en aquella época de juventud y desmelene. “Eras un poco guarrilla”, le espetará una de sus hermanas. Y comienza el lío. La hija confesará a su novio: “Necesito saber quién soy”. Él responde: “Pero eso lo tienes que conseguir tú sola, no sabiendo por fin quién es tu padre”. Todas y todos cantan bien, muy bien. E interpretan magníficamente. El musical, ya está dicho, ha evolucionado en España de manera estratosférica. “Mamma Mía!” arranca con cierta monotonía, con alguna lentitud, pero se supera y tiene sus mejores momentos cuando gira decididamente hacia la juerga. Y termina de forma apoteósica, cuando se interpretan algunos de los mayores éxitos de Abba, con la platea entregada y todo el mundo bailando entre las butacas. Las canciones del espectáculo contienen una fuerte carga dramática. Y hay frases que parecen de Oscar Wilde: “Como cualquier mujer elegante yo no me quito los tacones salvo cuando entro en la cama; y no siempre”. Otro gran musical. Que se suma a extraordinarios musicales estrenados últimamente. Demos gracias a las canciones, sí.



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