Antipartículas
Llevo semanas sin ver noticias. Me duelen. No me refiero a esas noticias esperpénticas, como el juicio del hijo del último alcalde franquista que intentó matar a Pedro Sánchez por culpa del orujo y de Jiménez Losantos. Ni siquiera a la retransmisión de la guerra en directo que ya no produce el temor explosivo e iracundo que tenían las batallas cargadas con la épica de las hazañas heroicas, sino un dolor pesado y oscuro como de migraña. Lo que me aleja de la actualidad informativa es mascar la cercanía de la barbarie. Ponerme en la piel de las 25 niñas y mujeres (nueve de ellas ahora embarazadas) violadas sistemáticamente en un sótano en Bucha por soldados rusos. Ese horror me hunde en lo más profundo de nuestra materia y me hace querer saber de qué estamos hechos. Cuáles son nuestros componentes básicos. Y parece que los ladrillos fundacionales del mundo —los átomos y sus partículas elementales— en realidad no son cosas, sino estados que Heisenberg describió como tendencias o posibilidades. La mecánica cuántica muestra que no tienen una existencia absoluta pues no existen de manera independiente de nuestra observación. Quizá por eso yo esté huyendo de esa observación. Porque me duele.