Ante la hecatombe

    22 may 2020 / 16:27 H.
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    Resulta extraño escuchar sin sonrojarse una y otra vez esa frase común en la que se nos informa de que estamos en plena desescalada, y quizás hay que preguntarse hasta qué procelosa cima hemos escalado para tener que emprender una bajada a un no menos siniestro abismo, porque aquello que nuestros dirigentes llaman de manera eufemística nueva normalidad no deja de ser una realidad algo más que inquietante. Por decirlo de una manera sencilla quizás aún no hemos tocado fondo tanto desde el punto de vista sanitario como económico, pero sí que ha llegado el momento de intentar sacar esas últimas fuerzas que nos quedan y comenzar a escalar, porque nos encontramos ante la más profunda crisis humanitaria y social que mente humana hubiera podido imaginar. Ha cambiado el paradigma, y de vivir en una sociedad del bienestar en la que casi todo alarde y regocijo estaba permitido porque parecíamos nadar en la abundancia hemos pasado a una situación de escasez de recursos y pobreza extremas en la que será necesario avivar la imaginación y exprimir las mentes para procurar hacer acopio de ideas y esfuerzos colectivos que permitan recomponer todo aquello que sea posible y ponerse a trabajar todos a una para producir los bienes necesarios y poder salir adelante, porque el futuro que ahora comienza no puede ser más preocupante.

    España es un país invertebrado dado que la organización territorial es un galimatías, ya que no es un estado federal ni tampoco un estado centralizado, sino una especie de conglomerado de reinos de taifas que se ha demostrado ineficiente ante el embate de una crisis sanitaria que ha mostrado todos los defectos inherentes a una estructura con múltiples capas de decisión, falta de coherencia e intereses contrapuestos que han quedado de manifiesto en la gestión de la crisis, con el resultado que todos conocemos, que es el de ser uno de los países más afectados por esta pandemia. Por tanto, será muy conveniente plantearse la necesidad de conseguir ahora un gobierno de concentración con capacidad de gestionar la crisis, y cuando sea oportuno, quizás un poco más adelante, una estructura de Estado más cohesionado que el actual. Esa es una lección que nuestros políticos deberían aprender de todo lo sucedido y resolver también con el mayor consenso posible.

    Tampoco ha ayudado a resistir el embate de la pandemia, la estructura económica y de producción en la que hemos basado nuestros ingresos globales hasta este momento en que ha sido puesta a prueba, pues habíamos hecho del sector servicios y fundamentalmente del turismo la base de nuestra economía, desdeñando otros sectores mucho más estables y firmes como son los procesos industriales, de investigación y manufactureros, con lo que ahora que el turismo está y estará bastante tiempo en horas bajas, nuestras posibilidades de generar empleo y riqueza son mucho más escasas, y por ese error de falta de diversificación de producción vamos a padecer de manera mucho más acusada que el resto de Europa. España será en adelante mucho más pobre y tendremos que intentar sobrevivir aceptando esa realidad, controlando los gastos y la deuda con el objetivo de sanear las cuentas y no vernos abocados a una quiebra financiera o a un rescate por parte de Europa que nos llevaría a un control exterior y a unos ajustes que el pueblo no estaría en condiciones de asumir sin disturbios de alcance impredecible. Es necesario por tanto incrementar nuestra capacidad de respuesta ante la situación económica que se nos plantea. Y este argumento nos lleva de nuevo a exigir a nuestros políticos un gobierno fuerte y cohesionado que tenga capacidad de llevar a efecto un plan de recuperación consensuado y aceptado por todos, plan que nos exigirá trabajar duro y aceptar sacrificios por parte de todos los sectores sociales.

    El plan de recuperación debería incluir inversión en sanidad y educación públicas, sectores industriales e infraestructuras que hagan posible generar empleo y riqueza para todos, aunque habrá que partir de unas cifras de paro aterradoras y de una absoluta falta de capacidad de creación de puestos de trabajo como resultado del hundimiento de la pequeña y mediana empresa y del sector servicios. Implementarlo es responsabilidad de todos.

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