Años de nostalgia

    12 feb 2020 / 08:48 H.
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    Voy a cumplir cincuenta años, será el próximo día 5 de marzo del presente, y es inevitable que días antes eche la vista atrás y rememore aquellos años setenta en que mi primo Manolo y yo jugábamos a los robots justicieros, a Mazinger Z, serie de dibujos animados que muchos de ustedes recordarán perfectamente, y que tenía su emisión los sábados, después de “El canto de un duro”. Recuerdo que luego, ya en los años ochenta, veía en las sobremesas, junto a mis padres, el culebrón norteamericano, Falcon Crest, en que una malévola Ángela Chaning, dueña de unos viñedos, sembraba el odio entre miembros de su propia familia por apoderarse de unas tierras que no le pertenecían, empleando malas artes, todo por el poder y la vanagloria. Campillo del Río —mi pueblo—, por entonces, no figuraba siquiera en los mapas de carreteras, tenía que ir explicando a todo el mundo que yo vivía cerca de Torreblascopedro, al lado de Linares o de Baeza. Eran días en que negociaba con mi padre, barbero de pueblo, el poder comprarme algún libro de Julio Verne mientras barría los pelos de aquellos hombres de campo que durante las noches venían a casa para que se les recortara el pelo. Recuerdo que solamente disponíamos de un teléfono —el de Luisa— para todo un pueblo, encalado, un heraldo gris de ruleta, de la antigua Telefónica, pegado a la pared y que la misma vecina encargada de su mantenimiento marcaba, toda vez que le pedíamos una conferencia para hablar con nuestros familiares. Aquel Jaén pasó a la historia, una historia vivida en primera persona junto a mi hermana, a quien siempre seguiré viendo niña, y aderezada con el nítido recuerdo de unos queridos abuelos, Joaquín y Elvira, que nos supieron transmitir cariño y valores junto a unos padres ejemplares. Bien es cierto que, si el mundo sigue girando sobre su eje, a pesar de este medio siglo, y hemos ganado en avance tecnológico y en derechos —Jaén está menos explotado—, sí hemos perdido en otras cosas. Nuestro olivar me sigue llevando hasta la infancia toda vez que su magia está ligado a un fuerte sentimiento de nostalgia. Sigan mi consejo: sean felices sin olvidar sus raíces.

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