Año 2025

08 ene 2025 / 09:05 H.
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Al pie del árbol, había un paquete con su nombre. Bajo la mirada ilusionada expectante de su familia, emocionada, rasgó el papel con excitación. Era un libro. Deseaba descubrir un relato fascinante que le ofreciese claves para comprender cómo y por qué se había llegado al presente que le había tocado vivir. Era su expectativa para el nuevo año. El título era “2025. El nacimiento de la historia”. La obra, podría haberla escrito el mismo Asimov, por la ciencia ficción que contenía; o Aldus Hasley, por el contenido distópico; o Ray Bradbury, por la imaginación que mostraba el texto. Incluso por Stephen King por los pasajes de terror que desarrollaba. En el reencuentro con la actividad cotidiana, el comentario en el trabajo podría ser: “me han regalado un libro sorprendente”. Sin hacer juegos de palabras, lo sorprendente es que alguien se sorprendiese con un libro como este. Sentir una emoción inesperada ante dicha información. Sobre todo porque todas las personas somos juez y parte en la situación, por acción o por omisión. Creemos que somos solidarias, pero ejercemos la caridad o la filantropía. Nos creemos conservacionistas del medio ambiente por comprar objetos de segunda mano y reciclar en el contenedor, cuando no consideramos cómo, quién fabrica y comercializa los objetos. Todas deseamos y defendemos el comercio local y la identidad comunitaria que aporta, pero compramos en la gran superficie, como si la acción no tuviese un impacto. Vimos en la globalización y los acuerdos de libre comercio un avance de la humanidad; lo que no se explicó es quién es realmente beneficiario. Se describe la realidad geopolítica como neocolonial, como si los estados construyesen bloques imperialistas, cuando lo que realmente trajo la globalización de las políticas del thatcherismo-reaganismo fue la liberación de fronteras y controles a los capitales; a quienes realmente la controlan, las transnacionales. Las grandes empresas no son de un país u otro, pese a que las personas víctimas de éstas quieran culpar a la nacionalidad que las vio nacer como la responsable de su acción. Las transnacionales son el imperio. Las políticas locales poco pueden hacer frente a ellas. El modo de enfrentarse a ellas es con agrupaciones supranacionales. De ahí, que a estas empresas les interesen estados frágiles con relaciones enfrentadas para imponer sus interés. Su ganancia está en la diferencia de intereses de estos y el esfuerzo que invierten para atraerlas. Nos relacionamos como consumidores, no como personas, pues el interés principal no son los valores de convivencia o ciudadanía, sino el consumo. Esto nos lleva a normalizar que magnates con fortunas mayores al presupuesto de países dirijan políticas e intereses colectivos, pese a que una transnacional solo persigue los propios. Es decir acceden al poder para que sus intereses sean los nuestros y nuestro objetivo personal sea llegara a ser como ellos. Hecho que no su puede definir de utópico sino de ingenuo, es el chantaje emocional del sistema. Aceptamos la “sociedad del control”, en la somos quienes suministramos los datos con los que los magnates nos controlan cada vez que damos a un like o aceptamos las condiciones para acceder a su servicio; aceptamos su “diplomacia coercitiva”. O aceptas, o estas fuera de juego. No es plutocracia, es inacción e ingenuidad de las personas que nos creemos ciudadanía. Usted elige.



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