Año 1918
Por encima de Gontar, más allá del Pozo de la Nieve, junto a la última torre, donde la higuera forma una cueva verde con sus hojas grandes y frescas... allí, por fin, pude ver por primera vez a nuestro hijo primero. Basilisa me esperaba con un pequeño bulto recogido. Cuando descubrió su cara, el viento movió las hojas, y un rayo de sol consiguió colarse en nuestro escondite. El rayo iluminó su pequeña cara y sus ojos se abrieron. Todo a mi alrededor desapareció deslumbrado por su mirada. Tiene tus ojos. Lo cogí en mis brazos y mi corazón dejó de latir cuando su boca me dedicó una sonrisa. Tiene tu risa. Las lágrimas, las mías, caían sobre su manto. Me dije que esa imagen sería la que vería todas las horas del día. Cuando regara las huertas (el primer fruto será para él). Cuando ordeñara las cabras (los primeros calostros serán para él). Cuando encendiera el horno (el primer pan será para él). Es mi hijo y nadie lo sabrá. ¿Cómo podré cuidarle? Solo de D. Pedro, el cura, recibo apoyo y comprensión. Él conoce, por confesión, nuestro bello pecado y, sin embargo, me anima a no desfallecer y seguir amándote. Cuando le digo que nunca podré ser su padre me dice que eso no es ningún problema. Que lo importante es que yo siempre esté cerca de él y lo ampare en sus necesidades. Creo que nos comprende más de lo que creemos y viendo a sus ocho sobrinos me puedo imaginar porqué. “El amor escondido, 2009”.