Anécdotas

    06 jun 2022 / 15:43 H.
    Ver comentarios

    La anécdota, decía Voltaire, es lo que se espiga cuando se ha cosechado ya. Situada al margen de la Historia, tirada en la cuneta de las interpretaciones de acontecimientos y épocas, siempre ha gustado y se ha recurrido a ella. Su utilización ha sido diversa. A veces entretiene, a veces ilustra y a veces incluso simboliza el espíritu de un hombre, de una escuela o de un tiempo.

    Cualquiera de nuestros pueblos tiene un repertorio de anécdotas orales que se comparten en tertulias amistosas y que salpimentan su intrahistoria. De hecho, el adjetivo que nos viene espontáneamente al hablar de ellas es “sabrosa”: “sabrosa anécdota”. Todos conocemos gente que las cuenta muy bien, grandes narradores a los que escuchamos con deleite relatar la misma historia una y otra vez, como el niño que pide que vuelva a leérsele el mismo cuento.

    Otras anécdotas, aunque puede que tengan un origen oral, han acabado escritas en las múltiples antologías que hay sobre ellas, bien generales, bien particulares (anécdotas históricas, de filósofos, de equipos de fútbol, de taxistas, de la política, de azafatas, de médicos, de publicidad).

    Un grupo que siempre me ha llamado la atención lo constituyen las que tienen relación con la docencia de una determinada disciplina. Son anécdotas para iniciados, las conocen los estudiantes de ese campo, y tienen algo o mucho de leyenda. Una vez la cuentan como ocurrida en Granada y otra vez pasó en Madrid. Algunas de ellas, no obstante, son tan populares que han saltado las bardas de su materia y son conocidas de todos. Por ejemplo, en el ámbito de la filosofía se habla de un examen que consistía en una única pregunta: “¿Por qué?” Los alumnos quedaron desconcertados. Cada uno intentó salvarse como pudo. Alguno rellenaría folios y folios con todo lo que sabía de la materia. El día en que el profesor dio las notas, un alumno había sacado un diez. Solo había escrito cuatro palabras: “¿Y por qué no?”

    Aunque uno no haya hecho Periodismo, puede que sepa que en sus facultades, del mismo modo que se enseña que el hecho de que un perro muerda a un hombre no es noticia, pero sí lo es que un hombre muerda a un perro, se cuenta también la historia del arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York. Este señor, primado de la Iglesia anglicana, declaró que venía a estrechar vínculos entre la Iglesia de Inglaterra y las confesiones evangélicas de América. En el turno de preguntas, un periodista le dijo que qué opinaba de los prostíbulos que había en Manhattan (que eran muchos). El arzobispo contestó: “¿Hay prostíbulos en Manhattan?” Al día siguiente, un periódico publicaba: “Primera pregunta del Arzobispo de Canterbury al llegar a Nueva York: ¿Hay prostíbulos en Manhattan?

    Dependiendo de dónde las encuentre uno, las anécdotas tienen más o menos credibilidad. A mí me gusta encontrármelas, no en antologías (salvo que lo sean de las que uno ha vivido), sino en textos en los que aparecen a cuento de lo que se dice. En un libro de Rosen sobre música leí la siguiente. El pianista Paderewski dijo una vez: “Cuando no practico un día, se dan cuenta mis dedos; cuando no practico dos días, se dan cuenta mis amigos; cuando no practico tres días, se da cuenta el mundo entero.” Otro pianista, Godowsky, añadió: “Y cuando no practica cuatro días, se dan cuenta los críticos.”

    En La caída de París, Lottman cuenta que en la sede del periódico Paris-Soir, y ante la violación en mayo del 40 por parte de los ejércitos alemanes de las fronteras de Holanda, Bélgica y Luxemburgo (tres vecinos neutrales de Francia), un especialista en temas militares comentó: “Ya está. Hitler ha cometido su error.” A lo que el dramaturgo Henry Bernstein, que andaba por allí, replicó: “Tres errores como ese y lo tenemos en París”.

    Muchas anécdotas, como vemos, tienen que ver con la improvisación ingeniosa, un asunto que ya hemos tratado en este espacio. Y como el próximo artículo será ya en verano, donde no conviene elegir un tema de espesa cavilación, continuaremos con el de estas historietas siempre divertidas pero no siempre superficiales.

    Articulistas