Alto o disparo

    09 oct 2022 / 16:31 H.
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    Mal asunto si oímos está amenazante advertencia en nuestro entorno, porque ya sabemos sin llegar a ser muy espabilados, que nadie dispara besos, ni abrazos, ni caridades. El verbo disparar tiene connotaciones negativas en casi todas sus acepciones. Aunque siempre se puede disparar al plato sin mayores consecuencias ni adversidades, salvo la pérdida de una vajilla preciosa que haría las delicias en el ajuar de cualquier comedor social, o quedar deliciosamente heridos por las flechas disparadas por el arco de Cupido. Pero, chuminadas aparte, constatamos que no son tan solo las armas las que tienen la capacidad del disparo, ya que estamos habituados a oír por los por los altavoces de los distintos medios de comunicación expresiones tales como: se disparan los precios, la inflación, el coste del recibo de la luz, el paro, la tensión, la violencia, el gasto armamentístico (y esta tiene cierta lógica), etc. Y todos estos disparos no presagian nunca nada bueno, muy al contrario, anuncian secuelas perniciosas, como las que pudiera dejar un balazo convencional. Lo que no acabo de entender, ni creo que se ajuste a un buen criterio, es lo que estoy oyendo estos días en algunos informativos, leyendo en algún titular de periódico, o escuchando en los razonamientos de algún que otro furibundo economista, cuando pregonan con cierto énfasis que se está disparando o se va a disparar el gasto social. Este disparo no me lo esperaba, me desconcierta, cuando siempre he supuesto o considerado ( quizás ande errado, o la ingenuidad me ciega la razón) que el gasto social se habilita para atender los costes y necesidades que requiere la consecución del bien común, es decir, al menos en teoría, para paliar los desequilibrios sociales en todos los ámbitos, como sería el mantenimiento de unas pensiones dignas, una sanidad pública bien dotada, una enseñanza pública de calidad, un salario proporcionado y conveniente, y hasta unos jardines cuidados con esmero. Y muchos más factores que sería prolijo enumerar. Otro aspecto a tener en cuenta sería ponderar y fiscalizar la justa, sabia y desinteresada administración de estos gastos, pero esto ya es otro cantar, tan complejo como la condición humana. En consecuencia, si a priori, se impregnan de pólvora las ejecuciones de estas inversiones sociales, se disparan las alarmas, y ponen en el disparadero a todos aquellos que están “nominados”, a saber: los pocos afortunados que gozan de una nómina estable pero debidamente controlada, y que ante estas tóxicas apreciaciones , se sienten hipotecados ante lo que pudiera considerarse un derroche, un dispendio, de sus fiscalizadas contribuciones, y aquellos otros innominados, de bienes, patrimonios y ganancias opacos, que consideran que cualquier gasto que se haga y no entre en sus bolsillos es un exceso. En fin, un disparate, cuando sencillamente, y sin acritud, se puede hablar de que se ha producido un aumento o incremento en el gasto social.

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