Almudena Grandes

02 dic 2021 / 17:14 H.
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Cuando tenía veintipocos años conocí a Almudena Grandes. Yo era estudiante de Filología Hispánica y comencé a llevarme bien con Luis García Montero, con el que ella empezaba una relación. Era la pareja de moda de la literatura en España, ambos con treinta y pocos años, y escritores de éxito. De las primeras veces que hablamos, me firmó Malena es un nombre de tango, que acababa de aparecer. Un poco después iba a nacer su hija Elisa, que ahora precisamente ha sido mamá a su vez... Muchas veces desde mediados de los noventa tuve la suerte de tratar con ella. Cuando les visitaba en su casa, era una magnífica anfitriona. Cada vez, de hecho, éramos mejores amigos, y nos entendíamos bien. Más en los últimos años, en los que siempre hablábamos de política, y nos hallábamos en sintonía. Junto a Luis García Montero, tuve la ocasión y oportunidad de acompañarles en varios viajes por España y América, y habíamos compartido bonitas experiencias, eventos, conversaciones y comidas, si bien solía ser poco amiga de los viajes, y lo que más le gustaba era quedarse en su casa escribiendo. Quiero decir que aunque le gustaba viajar, sabía que le quitaba tiempo para concentrarse en su escritura. Y era un modelo para mí: aunque la llamaban de medio mundo y le pagaban muy bien, solía por costumbre renunciar a un montón de actos para quedarse en casa trabajando, pues su vocación era muy determinada, y lo tenía claro. Almudena era una mujer muy decidida, con hábitos metódicos que le dieron excelentes resultados. Su obra iba por delante, su rutina laboral era lo más importante... La última vez que la saludé fue el pasado mes de abril en Madrid, y le deseé muchos ánimos. Lo estaba pasando mal con la quimioterapia y se le veía preocupada. Ni siquiera nos dimos un abrazo, por la pandemia. Por entonces todavía había bastante esperanza de que el tratamiento saliera bien, y nadie quería pensar lo peor. Ahora su familia se encuentra abatida y los amigos tristes. Sus lectores, compungidos. Uno no sabe lo que nos deparará la vida. Tanto luchar y bregar de un lado para otro y tal vez nos espera la muerte agazapada en cualquier recodo del camino. Parece que estamos para siempre, y de un día para otro desaparecemos...

Almudena Grandes ha muerto demasiado joven, porque morir a los 61 es una edad muy joven, y quién se lo iba a decir, que fue un brazo de mar y rebosaba fortaleza. Pero si hay algo que se pueda afirmar tras su partida, es que nos ha dejado una obra de una extraordinaria contundencia. Un legado decisivo que va más allá de la literatura. Cada novela era mejor que la anterior. Además, su personalidad pública, icónica, se ha visto refrendada con la avalancha de muestras de pésame y condolencias en su funeral. Ha sido un mazazo para la cultura española. Sus artículos en prensa, cabales y sensatos, y sus opiniones y entrevistas, se muestran como un referente para la izquierda y nos hemos quedado huérfanos. Un ejemplo de compromiso. Ella le proporcionó voz a los perdedores y los vencidos, se afanó por rescatar aquella memoria de los olvidados, los menos favorecidos, los trabajadores y asolados por la injusticia. La voz de los supervivientes, esos que siguen adelante a pesar de todo. Su huella, por tanto, resultará imborrable, y su obra sirve de refrendo. Como sus lectores, que se cuentan por millones. Fieles y apasionados. Así era ella.

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