Alfonso Fernández Torres
Recuerdo las recomendaciones que aquel inolvidable icono de la transición española, Alfonso Fernández Torres, realizaba a los socialistas de dentro y fuera de Jaén, hace más de treinta años. No se trata del mismo escenario, ni era preciso despejar la misma incógnita. En aquel entonces, era la supervivencia de la recién nacida democracia, hoy es la gobernabilidad de este país, pero existía en el PSOE análoga convulsión interna cuestionándose liderazgos, hasta el fallecimiento del maestro de maestros Fernández Torres, que dejó expedita la ascensión del dimitido Felipe González que, sin mayor oposición, recobro la secretaría general del partido. Las reflexiones a que me estoy refiriendo aludían a la naturaleza instrumental de los partidos políticos, ante las objeciones de militantes que temían que las costuras de la organización se tensaran de tal manera que llegaran a romperse estructuras y, sobre todo, la confianza de los ciudadanos, futuros votantes. Fernández Torres, promotor, dentro del PSOE, de la asociación “pro Marx”, sostenía que por encima del partido estaba los intereses de la clase trabajadora. En tal coyuntura, se alertaba por la derecha que el advenimiento de un gobierno socialista impondría la parcial extinción de la propiedad privada, el asalto a las Instituciones del Estado, la revolución social marxista. Hoy día, dado que la experiencia de repetidos gobiernos socialistas trajo a este país solo progreso, entre algunos episodios de corrupción y en consecuencia quedaban desmentidos los pronósticos de la derecha levantisca, se dice del PSOE que ha perdido el sentido de la realidad, que la elecciones del 20 D han revelado la necesidad de pactos, no de cambios, que no debe ni sentarse a dialogar con Podemos, y otros partidos nacionalistas, la debacle que tendrá que soportar el PSOE pacte o no pacte con organizaciones que se encuentran a su izquierda, la hecatombe que supondría ir a nuevas elecciones. Me he preguntado, en ocasiones, cuál sería el diagnóstico de Alfonso Fernández ante esta diabólica aritmética, resultante de las pasadas elecciones, y cómo reaccionaría por un lado, ante el embate de todos los partidos intervinientes en el relato de pactos, y por otro lado, el murmullo descalificador de las llamadas baronías de su propio partido. Estoy por asegurar que diría a Pedro Sánchez que el último objetivo de sus pesquisas o de sus pactos, con independencia de calentar o no un lecho en la Moncloa, fuera la defensa de los intereses de la clase trabajadora; la igualdad, la educación, la sanidad, el desempleo, la tolerancia cero a la corrupción.