Alegoría a Jaén

    26 feb 2024 / 09:04 H.
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    Toda alegoría es parte de un concepto de lenguaje velado que permite confundir lo que es con lo que no es. Mas, en este caso, no se trata de simbolismo alguno, otra cosa es su fertilidad en poetas y pintores que, como es el caso de Daniel Vázquez Díaz, evoca a través de la cabeza de un campesino la geografía de las otrora tierras del Santo Reino. Retenida imagen, no sabemos de qué modo, instalada en la mirada del soberbio pintor onubense, amigo del jaenés Cristóbal Ruiz desde los años que ambos participaron en los aledaños de las llamadas vanguardias.

    Mas, ¿desde qué espacio o lugar procede el acarreo de esta imagen? La respuesta, si decidiésemos formularla, sería de ninguna precisión, incluida cualquiera de las búsquedas que, como la emprendida por Sigmund Freud en los cinco ensayos insertos en el libro “Psicoanálisis del arte” pudiésemos acotar. En cada persona permanecen recuerdos vertebrados desde su niñez que permiten asomarnos a esa habitación enigmática y adormecida que brota involuntariamente, desvelándonos la configuración de un espacio de luz vivificadora y noticias de un territorio cada vez de mayor extensión y complejidad. Universo de costumbres tomadas de nuestra casa, del barrio, pero también de la ciudad y de esa geografía que siguiendo una constante circular puede extenderse de modo infinito hasta alcanzar un estado de mente que nos impide anclarnos en el pequeño o gran remolino de ese momento en el que todo comienza a sucedernos por primera vez. Memoria alcanzada con la de otras infancias engarzadas a un tiempo pretérito, cuyos orígenes se pierden en espacios, climas y vidas que, como ya avisa Michel de Montaigne en sus ensayos, se suceden y envuelven hasta la contemporaneidad de nuestra propia razón. Tal es el alimento de lo legendario en las costumbres que afirman el ser de los pueblos. En consecuencia, parecería que la voz “colectivo” admite connotaciones de otro calado en cuanto hace a conceptos ensamblados en el andamiaje de una sociedad conducida por el liberalismo burgués e industrial. Misturas que superan los límites de la propia antropología y cuanto puede extraerse del comportamiento genético. Con todo, pulsiones también rastreables desde la temperatura climática que, en determinadas latitudes, desarrolla las narices alargadas y finas entre sus naturales o, en un sentido u otro, acusa diferentes estados de estatura, o altera la pigmentación de la piel hasta conformar la amplitud del mapa humano conocido. Realidad que, junto a otras, establece estados de pensamiento con referencias de tanta elocuencia como la de Marco Polo en el libro “Descripción del Mundo” o “Las maravillas del mundo”. Valiosa cartografía que nos avisa de toda una pluralidad de vidas y mapas humanos rastreables desde una linealidad formal enlazable con los enigmáticos retratos de El Fayum.

    En cualquier caso, el origen del dibujo cuenta con dos miradas. La científica, debida a un equipo de arqueólogos internacionales precisa el primer grafismo humano, mediante un trazo en zig-zag, realizado hace más de 400.000 años, cuyo autor ni fue neandertal, ni Homo sapiens, sino uno de los miembros más primitivos y ancestrales de nuestro género. De otro lado, y con excepcional desarrollo en la Florencia prerrenacentista, el concepto de dibujo ha venido mutando de modo muy sensible hasta que Jonatan Bron lo percibe de otra manera y, entre otras cosas, destaca la excepcionalidad y excelencia del dibujo español. En tal línea, nada florentina de otro lado, una inesperada casualidad puso ante mis ojos la cabeza de un aceitunero jaenés trazada con semejante mirada. Soberbio dibujo de Daniel Vázquez Díaz, autor de las divulgadas efigies de intelectuales noventayochistas, realizadas entre 1924 y 1936, reproducidas en multitud de libros y repetidamente expuestas en museos y salas de exposiciones merced a la generosidad de Rafael Boti, quien conserva la colección con todo mimo en un lugar aledaño a Madrid. Pues bien, ni este amigo ni yo encontramos referencia alguna de la obra litografía aquí reproducida, más allá de su absoluta ejemplaridad, cuya excelencia y autenticidad deslindan su dicción del retrato de aparato académico y burgués, tanto como se alimenta de la poética estilística de los citados retratos de El Fayum, cuya memoria, probablemente, todavía habita en la cabeza de campesino que centra la imagen de esta “Alegoría a Jaén”, fechable en los años que corresponde z las efigies del 98.

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