Al otro lado del aula

03 oct 2018 / 11:43 H.

No hay nada más que vivir mucho y estar atento a las múltiples enseñanzas que nos muestra la vida para intentar conseguir ser todo lo sabio posible. Así lo afirma un proverbio popular: “El demonio sabe más por viejo que por demonio”. Por eso rememoro mi vida de maestro, habiendo sido antes discente desde temprana edad, en aquellas escuelas de “perra gorda”, con “maestras de miga” en las que con tu pizarrín, pizarra y silla tenías todo lo necesario para hacerte una persona de provecho, irte socializando y dejar a tu madre tiempo libre para dedicarse a las tediosas labores domésticas, cuando todavía no existían electrodomésticos del hogar que tanto facilitan hoy en día las labores de casa. Pero como todo llega y nada se queda por ahí (el mal tiempo, las enfermedades, el calor, etcétera), ahora me encuentro ejerciendo de joven jubilado que lleva gustoso a su nieto a su cole nuevo, experimentando un cúmulo de sensaciones novedosas y extrañas (como las que siente Abel, pero al revés), pues ando de vuelta en muchas cosas de la vida. Han sido tantos años recibiendo alumnos de todas las edades, en sus filas y aulas, que me parece extraño ser yo el que vaya caminando de la angelical mano de Abel en busca de su fila y su maestro, sintiéndome que estoy al otro lado del aula y sirviendo de pequeño soporte a la gran labor educadora que sus maestros y padres van a ejercer sobre él para que sepa ser autónomo, libre y responsable. Ahora, como se diría en el argot taurino, veo “los toros desde la barrera”, aunque el arte de educar sea patrimonio de toda la sociedad, constituyéndose en un conglomerado de sumatorios individuales y colectivos que inciden en cualquier educando: padres, maestros, abuelos... que trenzan el arte de amueblar la cabeza de una persona inocente para que, cuando sea mayor, no se deje embaucar por personas o colectivos de cualquier índole que le anulen su propia voluntad o personalidad. ¡Menudo reto se nos presenta a todos!