Agradecidos señor Allen
Golpe de suerte” es una película de diálogos exuberantes, una película muy Woody Allen, que gira en torno al azar, como “Si la cosa funciona” (2009), y sobre el adulterio, como “Match Point” (2005), pero esos recurrentes asuntos en este autor aparecen como algo nuevo, porque WA nunca hizo un cine que trate de reflejar la vida, sino un cine que explique la vida desde la poesía de lo cotidiano. Woody Allen cumplirá en noviembre 88 años, se trata, sí, de un anciano con cara, espíritu y creatividad de adolescente, y existe cierto rumor de que “Golpe de suerte” pueda ser su última película, pero se espera ávidamente la próxima, porque este cineasta nos ha hecho pasar inmensos momentos de felicidad en una sala oscura frente a una gran pantalla, nos ha acompañado a lo largo de la vida, siempre, desde aquella lejana tarde de lluvia en un cine de Jaén en el que, muy jóvenes, soñamos con vivir un amor como el que se contaba en “Annie Hall”. WA ha tenido la capacidad de renovarse constantemente porque se trata de un escritor/escritor, como comprobamos en sus libros, y no solamente de un escritor de guiones. Allen ha descrito la vida por lo que veía desde sus gafas de pasta con cristales gruesos, que ya las llevaba en aquellos tiempos remotos en los que interpretaba monólogos humorísticos en locales nocturnos de New York, hasta que una madrugada, cuando él sólo tenía 17 años, lo vieron dos importantes productores teatrales y uno de ellos exclamó: “Este chico es una industria”.
La temática de “Golpe de suerte” está centrada, decíamos, en el adulterio, y también en el azar y en los caprichos de las casualidades: en la aparición de lo incontrolable cuando parece reinar el orden. Tiene un final jocoso, deslumbrante e inesperado. La cinta, insistimos, es muy Woody Allen. Con frecuente ironía dentro y con personajes que hablan mucho, casi sin parar, aunque en este caso existan más silencios que otras veces. Y frases brillantes: “Las hojas muertas se recogen con la rastrillera, los recuerdos también”; “nadie sale indemne de un divorcio”; “la vida es una broma siniestra”; “me gustaría tener hijos y lo único que tengo es ansiedad”. Porque en una película de Woody Allen ocurre como en una obra de Oscar Wilde: hay frases superlativas.
La película transcurre en un París adinerado, pero ahí está también la acogedora buhardilla del chico sin presente y quizás con menos futuro aún, que ha escrito el borrador de una novela y se reencuentra casualmente con un amor de los tiempos de la Universidad, una muchacha (interpretada con muchos registros en su perfil sensual y dolorido por la actriz Lou de Laâge) que está casada con un tipo de un fondo considerablemente más turbio que su apariencia, con dinero de desconocida procedencia, aficionado a la caza de ciervos y a los trenes eléctricos, de carácter extraño pero aparentemente inofensivo, aunque con un subsuelo personal extremadamente oscuro. Porque hay dos partes en esta película, una que refleja la aparición del amor entre el chico y la chica, y la otra que se convierte en un plácido thriller con apuntes de cine negro, en la que incluso unos comensales hablan de Simenon, en homenaje al escritor que mejor describió los ángulos más sórdidos de París. “Golpe de suerte”, con una banda sonora maravillosa, termina como un grito risueño. Ojalá nos entregue muchas más películas el señor Allen, al que estamos eternamente agradecidos.