Agosto es para desconectar

    07 ago 2023 / 09:06 H.
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    Agosto es el mes de vacaciones por excelencia. En agosto nos lanzamos a organizar planes que con frecuencia nos generan un estado de ansiedad inmenso. Solo el hecho de ponernos en la carretera se convierte en una tarea angustiosa que no se acaba hasta que llegamos a nuestro destino, aparcamos el coche y deshacemos el equipaje. Atrás quedan las salidas y entradas a autovías/autopistas, innumerables rotondas y carreteras de doble sentido que hacen que nuestro trayecto sea más un circuito de carreras que un viaje de placer. Si hay que coger un avión la cosa se complica, con trasbordos, retrasos, pérdida del equipaje y una interminable lista de imprevistos para los que debemos estar preparados. Aun así, año tras año soñamos con el mes de agosto. La época en la que más rupturas se producen, en la que nos reunimos con familiares que nos resultan tóxicos y nos zambullimos en pesadas comidas y largas sobremesas que harán quejarse a nuestro sistema digestivo. Las discusiones familiares son una constante los primeros días, hasta que todos nos calmamos y regresa la paz y decidimos que no volveremos a ver a ese familiar que nos hace subir el cortisol. Hasta que descubrimos una nueva rutina en la que no entra el despertador y sí maratones de lectura, baños de sol y natación, cerveza fría y aceitunas, paseos matinales o si lo prefieres, paseos al caer el sol.

    No importa si no podemos salir de nuestro lugar de residencia, lo importante es romper la rutina que nos esclaviza durante el resto del año. Descubriremos nuevas esquinas en nuestro pueblo o ciudad en las que no habíamos reparado con la prisa. Haremos nuevos amigos y también desterraremos el despertador. Es fundamental que aprendamos a disfrutar de las pequeñas cosas, pues son esas las que nos van a ayudar a recuperar la felicidad. Agosto es para desconectar, el ritmo de vida ajetreado y estresante, las redes sociales o la sobre exposición a estímulos externos hacen que nuestro cerebro no descanse. Eso nos produce una gran insatisfacción, un efecto de agotamiento continuo que nos aleja del camino hacia el bienestar.

    Muchas personas nos preguntamos en qué momento de nuestra vida perdimos la felicidad, esa impresión de bienestar desbocado que nos consiente respirar a pleno pulmón, mirar al horizonte mientras extiendes los brazos al espacio y tu volumen los persigue. Cierras los ojos, atiendes a la naturaleza mientras respiras hondamente. Apartas cualquier pesadumbre de tu pensamiento y te centras en el recorrido que hace el oxígeno por las células que te componen. Cada hueso de tu cuerpo se separa levemente liberando hilos finísimos de nervios que llegan hasta el cerebro y este envía una flota de hormonas; un cóctel de placer. Hay quienes creen que la felicidad se consigue al alcanzar ciertas metas, sin embargo, esta forma de pensar puede convertirnos en individuos frustrados e infelices pues siempre existirá algo que no lleguemos a alcanzar. La vida no da para tanto, es fugaz como el rayo de sol que se cuela entre las nubes para desaparecer un instante después tras otro cúmulo de gases. La felicidad no se esconde tras bienes materiales, vidas ideales/perfectas en redes sociales, objetivos -a menudo- mal definidos, ni expectativas inalcanzables. La clave no está tanto en lo que nos sucede sino en cómo gestionamos lo que nos ocurre. Nuestra actitud será la que determine si somos capaces de ser felices o, por el contrario, nos esforzamos —de forma inconsciente— en construir una atmósfera de amargura densa e irrespirable que envenena nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro corazón. Cuando el corazón se vuelve hiel toda esperanza de felicidad se desvanece.

    Mirar el lado bueno de las cosas y de las personas, disfrutar de tus logros por pequeños que sean, no exigirte más de lo que tú puedes dar, no compararte con otras personas o no juzgarte con severidad son pequeños cambios que podemos hacer en este agosto para construir un entorno más feliz.

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