AG o el olvido que seremos

    01 oct 2023 / 09:24 H.
    Ver comentarios

    Felipe González y Alfonso Guerra se rebelaron a principios de los 70 contra Rodolfo Llopis, secretario general en el exilio del PSOE histórico, cuando conspiraban en almuerzos camperos con tortilla y tintorro como el captado en la inolvidable fotografía en blanco y negro de Pablo Juliá. Y ahora, siglos después, lo hacen por una cosa u otra contra Pedro Sánchez, quizás en busca de un rinconcito en los periódicos y para esquivar en la medida de lo posible el olvido que seremos. José María Aznar y Mariano Rajoy arropan a Alberto Núñez Feijóo en todo lo que signifique españolear a favor de la España eterna, pero FG y AG llevan más de medio siglo empleándose a fondo en transformar al PSOE de partido rojo a infrarrojo, como escribió Francisco Umbral, o a que se diferenciara poco del PP, como clamaba Julio Anguita en aquellos mítines bajo un cielo de fuego en Córdoba: “Que no os engañen: el PP y el PSOE son iguales”. Alfonso Guerra ha publicado “La rosa y las espinas” y en el Ateneo de Madrid se juntó después de 30 años con Felipe González, no para ensalzar los valores del libro, que también, sino para arremeter contra Pedro Sánchez por la posible amnistía que exigen los independentistas catalanes para la investidura. Hasta el escritor Javier Cercas, próximo a la izquierda, en un artículo memorable se ha posicionado en contra de esa medida de gracia. Pero FG y AG actúan como guardeses de la finca psocialista y arremeten sistemáticamente contra las iniciativas de Sánchez, aunque jamás ofrecen una propuesta política alternativa, como cabría esperar de ellos. Se limitan a criticar al actual secretario general con esa amargura de antañazo con la que hablan algunos ancianos sentados a la luz del parque con su bastón como inseparable compañero.

    Pero Guerra ha ido más lejos e ironizó en el programa ‘Espejo Público’ con que Yolanda Díaz se pasaba el día de peluquería en peluquería. Porque en Guerra todo se ha vuelto previsible, machacón y, algo difícil de imaginar en él hace años: de una pobreza intelectual que aturde. Boris Izaguirre le ha afeado esas palabras y en un artículo ha recordado que a principios de siglo llamó Guerra a Rajoy “mariposón”, refiriéndose a su ambiguo discurso político, pero que se entendió como un señalamiento personal. La lengua afilada de AG ha ido empobreciéndose, se ha quedado atrás. Habla como si nunca hubiera leído a Rosa Luxemburgo, tan vigente, o a Virginia Woolf en reivindicación de una habitación propia para las mujeres (libro que tuvo hace años una colosal adaptación teatral por parte de Clara Sanchís), o como si en estos días no escuchara a Alexia Putellas en la fabulosa lucha reivindicativa de las futbolistas de la Selección. A Guerra se le ve algo encorvado y como confundido en las librerías de Sevilla. En su día consideró que Rodolfo Llopis no entendía la realidad de aquella nueva España de la Transición, y quizás sea él quien no comprenda nada la España actual. Es la herida del tiempo de la que escribió en su sensacional obra de teatro J. Priestley. De niño yo jugaba con un balón a ser Ginesín, delantero centro del Real Jaén de finales de los 60 en el pasillo de la casa de la calle Martínez Molina, y mi madre me advertía continuamente: “Cuidado con los jarrones, no vayas a romper ningún jarrón”. Nunca entendí aquel amor por los jarrones, que no servían para nada.

    Articulistas