Aficionados y unidos
A la espera de estadísticas oficiales, es evidente el incremento de festejos taurinos de todo tipo en una provincia, que, en cantidad y variedad, seguirá siendo la primera de Andalucía. El aguante del sector ganadero, la labor de las escuelas taurinas, los triunfos de toreros de la tierra y la mayor implicación en la cultura del toro de las instituciones locales y provinciales son factores que hacen —hoy por hoy— de esta provincia un territorio libre de la destaurinización social en la que ponen tanto empeño determinados sectores que no viene al caso nombrar. Mucho tiene que ver aquí la labor de promoción y defensa de los valores taurinos que realizan los aficionados y su papel vigilante en pro de la autenticidad y el cumplimiento de las reglas. Por cierto, cada día mejor avenidos con la fundación de nuevas asociaciones ligadas a todo tipo de fiestas de toros. La última hace pocos días en La Carolina con un centenar de afiliados. Tan solo los socios de las agrupadas en torno a la Federación Taurina pueden suponer más de cinco mil. Y serían muchos más si se suman los que, en lenguaje sanmarquero, forman parte de “la peña de los esturreaos” porque no están apuntados a ninguna. Contabilizar y dar visibilidad a toda ese colectivo de personas que componen el conjunto de la afición jiennense resultaría muy clarificador. Como lo sería hacerlo a nivel nacional e internacional —tal como propusimos en la plataforma reunida en el Casino de Madrid la pasada primavera— a través de una entidad de aficionados —la Uftae es lo más visible hoy— debidamente organizada, estructurada, sectorizada y territorializada. Con una voz para cada ámbito de la sociedad, de la administración, de las universidades y del resto de las instituciones locales, provinciales, regionales, nacionales o internacionales, evitando que al realizar una única defensa globalizada se difumine la riqueza y la variedad y diversidad de la propia fiesta. O que la representatividad real de los aficionados acabe disuelta o suplantada en organizaciones lideradas por el sector profesional taurino y usada por éste para la obtención de beneficios o cambios legislativos que alejen la presencia del aficionado o modifiquen aspectos importantes de la tauromaquia. Más allá del marketing, la fiesta —que por eso se llama así— se vive, se entiende, se percibe y se defiende plaza a plaza y pueblo a pueblo. Y los problemas y las soluciones son diferentes en cada lugar y en cada nivel. Una labor difícil —un sueño— que se debería realizar de abajo arriba, peña a peña y provincia a provincia con la implicación institucional obligada por las leyes relativas a la protección de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural. La Unión de todo tipo de aficionados, estructurada bajo la forma legal que se determine para poder tener voz propia ante los poderes públicos, ante el propio sector taurino y ante la propia sociedad es por lo menos tan necesaria como las de picadores, banderilleros, matadores o ganaderos. Porque lo que está claro es que el que paga no puede ir representado por el que cobra. Entre otras cosas porque la defensa urgente de la Tauromaquia ante los ataques externos —en lo que sí debemos ir de la mano— no puede servir para ocultar las debilidades propias de un sistema de las que en absoluto es responsable —más bien víctima— el propio aficionado.