Afganistán está lejos

26 ago 2021 / 19:00 H.
Ver comentarios

Se suele achacar al líder del grupo cualquier toma de decisión final, la puntilla o incluso animar a la vorágine, pero no es menos culpable que el resto, que le sigue y secunda. La cobardía de los miserables posee múltiples caras, mostrándose de distintos modos. No creo que la violencia sea una frustración innata del ser humano, aunque haya algo de biológico, como cualquier otra acción, sino que es sobre todo cultural. O sea, aprendida. En los grupos funcionan las mezquindades mejor que individualmente, ya que parece que las responsabilidades se diluyen, pero lo cierto es que participan, y finalmente todos asumen su parte, desde el que da la primera patada, el que suelta el escupitajo, el que se mea, el que insulta, se ríe o, simplemente, se queda callado mirando sin hacer nada, en medio de la impotencia. En una manada de lobos no hay quien pueda declararse inocente. Quizá la única solución sea irse, a riesgo de que te persigan los tuyos, o que también te insulten, por no unirte al festín de la degradación.

En numerosos casos graban las agresiones, palizas o violaciones, que luego circulan de manera viral. La violencia grupal se ha extendido por las redes sociales como una forma «nueva», aunque siempre se ha ejercido este tipo de violencia, y siempre ha habido víctimas que la han sufrido. Lo no habitual era grabarlo para luego pasárselo entre los colegas y presumir bravuconamente. Este fenómeno nace de esa etiqueta repetida hasta la saciedad en bastantes películas o series que dice «basado en hechos reales», con lo que prestamos mucha más atención, entre el morbo y la excitación por saber que lo que vemos no es una ficción, sino algo que ha pasado de veras, y que el ser humano puede llegar hoy día a pervertirse hasta límites insospechados, detrás de la capa —como un barniz que oculta la madera podrida— de solidaridad y tolerancia con la que nos quieren recubrir y vender el producto. Porque, eso sí, Europa alardea de valores morales y universales, de mecanismos de control democrático, aunque todos sepamos que es una tapadera.

En tema de violencia, ¿hay algo nuevo después de Auschwitz? No se trata de violencia que sucedió hace más de un siglo —las imágenes de los cuerpos apilados siguen siendo escalofriantes—, o que sucede hoy día, a miles de kilómetros, en Afganistán o EE UU, en otros países o continentes, sino de lo que sucede aquí cerca, en nuestras ciudades y pueblos, en los hogares, calles, plazas, descampados, arrabales... Afganistán está lejos. No nos preocupa. A nadie le preocupa, seamos honestos... Cualquiera que haya visitado Reino Unido y salido alguna noche por las zonas de movida de cualquier urbe, por pequeña que sea, recordará el vandalismo y el peligro que supone caminar por allí. Sin meterte con nadie, sin hablar con nadie, ni nada raro, inesperadamente te pueden humillar, tirar un vaso o botella, la gresca se halla al orden del día, y las peleas y trifulcas extremas son de lo más normal, ya sea por temas racistas, discriminación homófoba, sexista o de cualquier tipo, sumándole el componente político, fascistoide o filofascita, agregado a una incultura supina, a una ignorancia arrogante envuelta en las clases más desfavorecidas de una sociedad capitalista neoliberal corrompida y degenerada por la barbarie. Esto es lo que querían, en suma. Hipocresía. A esto es lo a lo que aspirábamos.

Articulistas