Adiós al subdelegado
El 7 de febrero de 2017 cumplirá 70 años y, aunque tiene ganas e ilusión por continuar en la brega política, le llega la edad reglamentaria de la jubilación. Ingeniero técnico en Electricidad por la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial de Jaén, tiene en su mesa el documento oficial que le reconoce el trienio número 14 como profesor universitario. Juan Bautista Lillo Gallego (1947) no tendrá más remedio que dejar el edificio de la Plaza de la Concordia por una cuestión de forma: para ser subdelegado del Gobierno hay que pertenecer al cuerpo de funcionarios del grupo A y, en concreto, del nivel 26. Es decir, el merecido retiro laboral, derivado del carné de identidad, lo obliga a dejar un cargo público en el que lleva casi cinco años.
Natural de Mengíbar, su padre le tenía preparada la ficha de inscripción en la entonces Alianza Popular nada más nacer. Era una tradición que él accedió a prolongar en el tiempo por convicción e, incluso, por principios. Formado en el conocido colegio de los Maristas, estudió Ingeniería Industrial en la capital y, desde los 21 hasta los 65 años, compatibilizó las clases universitarias con su trabajo en Sevillana Eléctrica. Fue allí donde se acostumbró a vivir pegado a un teléfono con la sana intención de garantizar la existencia de corriente eléctrica las veinticuatro horas del día. Era habitual, hace cuarenta años, que la luz se apagara sin venir a cuento y él, gracias a una impagable disponibilidad, solucionaba el problema en un abrir y cerrar de ojos. Juan Lillo se estrenó en la política activa mediada la década de los años 90. Tuvo el honor de ser alcalde de Linares, donde reside desde 1973, entre 1995 y 1999. Fue una etapa intensa, en la que peleó por el futuro industrial de una ciudad que nada tiene que ver con el apogeo que vivió en otros maravillosos años. Presidente del Partido Popular linarense más de una década, permaneció durante otros años de concejal en la oposición antes de dar el salto al cargo de diputado provincial. Quienes lo conocen destacan de él su mesura política, su voluntad de diálogo permanente y la capacidad para entablar relaciones con representantes de instituciones de cualquier signo político. Un perfil perfectamente encajable en el cargo con el que se despide de la política activa. Quién será su sustituto es, en estos momentos, la pregunta del millón.
El cambio de Gobierno hará que en el próximo Consejo de Ministros —lo más probable— se ratifiquen o se modifiquen los delegados del Gobierno en cada comunidad autónoma. Todo hace indicar que en torno al puente de diciembre tocará el turno de los subdelegados. Aunque Juan Lillo tiene de plazo hasta febrero, puede que la jubilación le llegue de manera anticipada. La Vicepresidencia gubernamental es la que tiene las competencias para efectuar los nombramientos. Sin embargo, es el Partido Popular de cada provincia el que realiza las propuestas. José Enrique Fernández de Moya tiene en la mesa de su recién estrenado despacho el listado de militantes comprometidos que cumplen el perfil. No es que haya muchos funcionarios del grupo A y del nivel 26, pero los hay. En un difícil proceso de criba, habrá que elegir entre los dos nombres que más se ajustan al cargo. La sorpresa será, probablemente, mujer.