¿Adicción al móvil?

    21 ago 2019 / 11:14 H.

    Fui consciente el otro día de algo inaudito, desde mi punto de vista, sobre lo que nunca me había parado a reflexionar y es evidente que, según el título del artículo de opinión que hoy traigo a colación, tiene que ver con ese objeto de telecomunicación y conexión a internet que comúnmente conocemos como móvil, o celular, para algunos países de Hispanoamérica, en definitiva, con los super potentes miniordenadores que nos tienen absorbido el seso. Ese, llamémosle, utensilio cotidiano de común uso universal —o cuasi universal— se me quedó bloqueado, no hace mucho, por razones de vaya usted a saber, imposibilitándome acceder a datos, contactos y a todo cuanto se guardaba en su memoria artificial, por lo que tuve que llevarlo a una tienda especializada en electrónica, informática y telefonía, a veinticinco kilómetros de donde resido habitualmente. Dado que mis tres intentos por conseguir acceder al “engendro” fueron fallidos, el aparato, como si tuviera vida propia, se puso a invernar, viéndome obligado a dejarlo en el taller de arreglos cibernéticos durante cinco largos días. Al salir de aquel lugar donde cables, cargadores y teléfonos de diversas gamas y bolsillos saturaban las estanterías, me di cuenta de varias cosas. La primera, que al pretender ponerme en contacto con mi familia para explicarles la situación, tomé consciencia de que no sabía ninguno de los números de teléfono hipotéticamente receptores de mi pretendida llamada, pues todos estaban registrados en el disco duro —o en la nube, o Google, o como quiera llamarse ese limbo de lo imposible— de mi propio terminal, el que acababa de dejar en el taller. Y en segundo lugar, de haber sabido alguno de esos números tampoco hubiera podido efectuar llamada alguna, ya que las clásicas cabinas de teléfono de antaño, habían desaparecido completamente de mi campo de percepción como una reliquia de museo. Me sentí en tal estado de desesperación, angustia, e incapacidad de actuación, que no daba crédito a estar viviendo en primera persona situación semejante que me hizo recordar a la de la mítica película “La cabina” protagonizada por López Vázquez, pero al contrario. ¿No será esto la soterrada nueva esclavitud del milenio?.