Aburrir a las ovejas

    26 sep 2023 / 09:06 H.
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    Septiembre frenético de inauguraciones, eventos y presentaciones el que nos hemos encontrado, tras un verano que resultó caluroso y atípico en cuanto al consumo. Por motivos profesionales en alguno de los casos y por compromiso personal en otros, he disfrutado de la oportunidad de acudir a varios de estos actos, en los que he podido “coger el pulso” a lo que se está moviendo en Jaén desde el punto de vista socio político y empresarial. Permítanme llevarlos a una reciente comparecencia a la que tuve oportunidad de asistir en la que, por protocolo, un representante público hizo uso de la palabra con el fin de poner el broche institucional al evento en cuestión. La escena estaba ambientada en un auditorio, con decenas de personas reunidas para escucharle en ese instante. Por el momento de incertidumbre que atraviesa el sector objeto del encuentro, así como por el carisma que se le reconoce al personaje en cuestión, las expectativas eran altas, sin embargo, algo salió mal. Este señor, un hombre con reconocida experiencia, comenzó su discurso con una serie de estadísticas, cifras y políticas que, según él, podrían cambiar la tendencia actual. Pero a medida que hablaba, las expresiones de la audiencia iban desde el aburrimiento hasta la confusión. ¿Qué no estaba saliendo bien?

    El problema era claro: el orador se había centrado demasiado en su mensaje y no lo suficiente en su audiencia. Si bien su contenido podría haber sido sólido desde una perspectiva técnica, falló en conectar con las personas que allí se dieron cita. No había tenido en cuenta la diversidad de edades, antecedentes y perspectivas de la audiencia. En lugar de hablar en un lenguaje accesible para todos, se había perdido en un mar de jerga política y datos secos. Ignoró la importancia de contar historias personales, anécdotas o la de poner ejemplos concretos que pudieran resonar con diferentes segmentos de su audiencia. A medida que el discurso avanzaba, la desconexión entre este señor y su audiencia se hacía cada vez más evidente. La gente comenzó a murmurar, a revisar sus teléfonos y en algunos casos, a abandonar el salón. La oportunidad de generar entusiasmo y credibilidad se había esfumado.

    Esta anécdota que les comparto no es sino un recordatorio claro de que la oratoria exitosa no consiste solo en transmitir información, sino que se basa en conseguir crear una conexión emocional con la audiencia. Un buen orador debe adaptarse a su público, comprender sus preocupaciones, aspiraciones y valores. Ignorar esta premisa puede llevar a una desconexión desastrosa, como la que tuve la ocasión de presenciar durante este encuentro. El problema es que las agendas de nuestros representantes públicos echan fuego. La preocupante obsesión por estar y por mostrar que se está, consiguen que el protagonismo de lo cuantitativo sea mayor que el de lo cualitativo. Y de ahí, que en muchas de sus presentaciones en público y motivadas por el escaso tiempo del que parecen disponer, cometen el error de centrarse demasiado en su discurso y no tanto en el público. Son ellos quienes les dan su tiempo y atención, y es su responsabilidad asegurarse de que esa inversión valga la pena.

    La personalización del mensaje, el ajuste del estilo de comunicación y la creación de conexiones emocionales, son posibles cuando tienes información sobre tu audiencia y el hecho de que esta nuestra provincia tenga a mi entender, más sesgos culturales, económicos y actitudinales de los que nos quieren hacer ver algunos estadistas, obliga a nuestros representantes a tener que prepararse previamente y a conciencia, cada una de sus intervenciones. En conclusión, la oratoria y la comprensión de la audiencia son habilidades inseparables en cualquier discurso público. Los líderes deben recordar que su éxito depende no solo de lo que dicen, sino de cómo se relacionan con la gente. Esta historia que hoy les comparto, tan sólo pretende ser un recordatorio de que, en la oratoria, el público debe ser siempre el protagonista de la narrativa.

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