Como el pito del sereno
España es un país de extremos, como se dice vulgarmente don Juan o Juanillo. Y eso se nota en el respeto. O mejor dicho en la falta de respeto en la escuela. Si durante el franquismo, e incluso los primeros años de la democracia, no eran raros excesos hacia los alumnos, como castigarlos de rodillas con un garbanzo debajo, ahora las tornas han cambiado. En la actualidad, si se descuidan, son los maestros y profesores los que “cobran”. Hace décadas los propios alumnos llamaban a los enseñantes, aunque fueran jóvenes, don y doña, como signo de respeto. Ahora, en cambio, muchos padres colaboran en la pérdida de autoridad de los docentes, de manera que en la mayoría de las ocasiones dan la razón a los hijos y protagonizan enfrentamientos con los maestros. Discusiones en las que no es nada descabellado que la sangre llegue al río, provocando situaciones de juzgado de guardia. Un país que no valora a sus docentes está condenado al fracaso. Ahí radica gran parte de la causa de las malas puntuaciones en los rankings internacionales, pese a los recursos que se emplean en la enseñanza. Y eso sin entrar en los constantes cambios del modelo educativo, un reino de taifas en cada autonomía. Pero eso daría para otra columna.