A su manera

    04 jun 2025 / 08:57 H.
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    Cada junio, como si de un ritual colectivo se tratase, miles de jóvenes celebran el cierre de una etapa educativa. La mayoría se enfundan en trajes prestados y discursos protocolares mientras piensan, en realidad, en TikTok, en dónde está el after o en cómo seguir moviéndose hacia adelante sin que nadie les diga cómo. Y es que estos chicos y chicas no son los mismos que éramos nosotros.

    La generación que hoy se gradúa ha crecido en un entorno donde la inmediatez, la hiperconectividad y el acceso ilimitado a estímulos han reconfigurado no sólo su forma de consumir, sino también de pensar y de decidir. Son hijos de la sobreexposición, pero también de la autoexploración; nacieron en un mundo de etiquetas, pero rehuyen de todas ellas.

    No son indolentes, son exigentes. No es que no escuchen, es que filtran. No están perdidos, están eligiendo su propio mapa.

    Por eso, pretender que encajen en modelos estandarizados —académicos, laborales, incluso familiares— es un ejercicio tan frustrante como ineficaz. No les sirven nuestros caminos porque los suyos son más cortos, más intuitivos y, a veces, más inteligentes.

    Ellos entienden que no hay tiempo que perder en lo irrelevante. Y sí, eso nos confronta. Porque nos obliga a cuestionar nuestras propias certezas.

    Ante este nuevo paradigma, las marcas, las organizaciones y las familias tenemos dos opciones: o miramos por el retrovisor lamentando que “ya no son como antes”, o cogemos el volante y aprendemos a conducir en esta nueva carretera emocional, digital y líquida. Y para ello hay que hacer, primero, un cambio de chip: ya no basta con ofrecer productos o valores tradicionales, hay que proponer retos, generar vínculos reales y, sobre todo, dejar de hablar en eslóganes vacíos.

    Lo hemos visto con casos como The Glory Hole Café, que sirve café de especialidad a través de un agujero en una pared de Buenos Aires, combinando estética clandestina, rapidez y provocación para captar la atención de una generación ávida de experiencias distintas. O en el caso de Liquid Death, que vende agua en lata con estética punk y un mensaje transgresor, transformando un producto básico en un símbolo de rebeldía y diferenciación frente al discurso saludable convencional. Son ejemplos extremos, sí.

    Pero nos dicen algo fundamental: si no eres raro, eres invisible.

    Estos jóvenes no quieren marcas que les hablen de propósito mientras venden lo de siempre. Quieren experiencias que tengan sentido, humor que no se note que lo intenta, propuestas de valor que resuelvan su vida en un clic pero que les dejen con ganas de compartirla en una story. Quieren mentores, no jefes. Guías, no gurús.

    La paradoja es que, aunque viven en la cultura de lo inmediato, anhelan retos. No aquellos que les impone el sistema, sino los que eligen ellos. Lo dice Harvard, lo demuestra TikTok: lo difícil, lo extraño, lo que requiere pensar, es lo que más retienen. Porque, en el fondo, su cerebro no ha cambiado tanto. Sólo ha aprendido a seleccionar qué merece su atención.

    Así que, si queremos atraerles, motivarles, educarles o incluso liderarles, tenemos que jugar con sus reglas: autenticidad, reto, utilidad y emoción. No se trata de infantilizarlos ni de hacerles concesiones constantes. Se trata de estar a la altura.

    Esta nueva generación no necesita que les digamos qué hacer. Necesita que les escuchemos, que les ofrezcamos entornos donde puedan experimentar, fallar, crear... y sí, también rebelarse. Porque en esa rebeldía hay talento esperando ser comprendido.

    Como decía Diesel: “Be stupid”. Pues eso. Atrévete a parecer un loco. Porque en un mundo lleno de normas, lo que transforma es lo que no encaja. Hoy más que nunca, padres, docentes, marcas y empresarios tenemos un reto fascinante: no imponer, sino inspirar. No exigir, sino entender. No dirigir, sino acompañar. Y cuando lo hagamos, quizá descubramos que no estamos tan lejos. Que ellos también quieren cambiar el mundo. Solo que lo están intentando hacer sin pedirnos permiso.

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