¿A qué huele el metaverso?

    06 feb 2022 / 16:45 H.
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    En su cándida ignorancia, imaginó que aquella palabra que encontró, repetida, en su ordenador, era algo así como una invitación del tipo “Contamos contigo”, “Siente un pobre a su mesa”, “Mantenga limpia España” o cualquiera de aquellas antiguas campañas publicitarias. Claro, se dijo, debe tratarse de meter versos en tu vida. En hacer que una capa poética, literaria, amablemente lírica, cubra tus acciones cotidianas. Me gusta, pensó. Ya era hora de que alguien vislumbrara la posibilidad de sazonar la prosaica realidad con una pizca de esa especia llamada poesía. Pero la felicidad solo le duró un instante. La insensible y tozuda información de la red le devolvió a un escenario que poco o nada se parecía a su ensoñación. El metaverso, lejos de asemejarse a un proceso de introducción poética en el día a día, resultó ser un diabólico engendro de intrincados tentáculos; un protocolo propio de la ciencia ficción en el que la vida se desarrolla dentro de una burbuja informática. ¿Hay algo más lejano de la poesía?, se preguntó. Se vio tratando de escapar de un escenario a lo “Matrix” o, peor aún, frente a una de aquellas máquinas perfectas de “Los sustitutos” que acababan asumiendo roles vitales humanos mientras él mismo experimentaba la vida a través de otro “ser” y cómodamente tumbado en la cama. De ahí su siguiente pregunta: ¿A qué huele el metaverso? ¿A cable requemado? ¿A sofá sudado y “revolcado”? ¿A perfume premium de informático vip? ¿A litera revuelta? O quizá ¿es aséptico, níveo y pulcro? Dicen las enciclopedias que el metaverso es la unión de meta, que significa más allá, y verso, que es la contracción de universo, así que traduciendo en términos de andar por casa tenemos que es... algo más allá del Universo. ¡Virgen Santa! Y todo sin salir de casa y sentados en el ajado sillón que nos soporta frente al ordenador. Nos metemos en la pantalla y ¡zas! ya estamos en una tienda listos para comprar, en un banco para retirar criptomonedas, que vaya usted a saber lo que es, en un aula en la que empaparnos de todo tipo de enseñanzas, en un balcón en el que divisar ese paisaje que nunca podremos disfrutar o echados en la cama de un hotel de cuatrocientas estrellas acompañados por algún que otro avatar o “avatara” que nos alegre lo virtual. ¿Y este es el futuro? se preguntó. ¿En serio? ¿La vida encapsulada, encogida dentro de un globo inexistente, pero con apariencia de libertad suprema? ¿Hay que apuntarse a la realidad aumentada, a la falsedad absoluta, a la renuncia a la vida real para disfrutar de una supuesta mejora inmersiva dentro de una pantalla? Pues prefiero, se dijo, pasear, amar, respirar, sentir, vivir y abrir las ventanas cuando llueve. ¿A qué huele la metalluvia?

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