¡A mí la Legión!

20 may 2021 / 13:34 H.
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Uno va cumpliendo una edad y, como de todo empieza a hacer veinte años aproximadamente, hoy me acuerdo del conflicto con el islote de Perejil, allá en el verano de 2002. No hubo lugar a vías diplomáticas y el glorioso ejército español tomaba a las bravas el islote deshabitado, en una operación sin precedentes y con gran ruido mediático. José María Aznar movía profusamente el mostacho y cultivaba sus abdominales mientras daba un golpe de timón a la enésima afrenta alauita, y hoy Pablo Casado, que por entonces no era más que un jovencito, reivindica mano dura, con la aquiescencia de la extrema derecha, a la que en especial en este tipo de altercados le encanta recordar el ruido de sables, conjuras, trifulcas y lo que haga falta, con tal de enarbolar la bandera. No existía Vox hace dos décadas, es cierto, y todos aquellos que lo votan ahora vieron con buenos ojos la escaramuza. Al parecer en Perejil hay una cueva donde se han venido refugiando durante siglos contrabandistas de diversa calaña, lo cual confiere al asunto un matiz aventurero sabroso, y algunas autoridades en mitología han identificado esta isla como la de Ogigia, en la cual, según la Odisea, la ninfa Calipso retuvo siete años a Ulises...

Dejando el mito y volviendo a la historia, ¡A mí la Legión! (1942) fue una película prescindible de propaganda bélica de la época del Caudillo, que revivía con ardor el eterno retorno del pleito hispano-marroquí. En ese sentido, la oposición —Casado, Abascal y compañía— aprovecha cualquier cosa a fin de arrearle un zurriagazo al Ejecutivo y rascar un puñado de votos. Volverán banderas victoriosas, es decir, clarines, trompetas y cornetas, redoble de tambores y la legión a bombo y platillo, con la cabra —por supuesto— delante. Yo tenía apenas una primavera cuando el otrora rey de Marruecos, Hassan II, hijo de Mohamed V y padre del actual Mohamed VI, encabezó en 1975 la Marcha Verde célebre, aprovechando la debilidad del franquismo, que ya entonces boqueaba.

No es la primera ocasión que miles de inmigrantes se desatan sin control fronterizo en el Estrecho. En 2014, Mariano Rajoy mediante, Mohamed VI navegaba plácidamente con su embarcación de recreo en aguas ceutíes y la Guardia Civil, en un control rutinario, le pidió los papeles por error, cumpliendo su deber. Aquel episodio enfadó sobremanera al monarca, quien inmediatamente desató las furias, abriendo la puerta —se calcula que 3.000— a miles de migrantes subsaharianos en patera. Cosas de la realeza de otros tiempos, populismo que aquí, aunque se resiste, ya da sus últimos coletazos... Me refiero a un nacionalismo rancio, trufado de populismo, que es la esencia de las dictaduras de la vieja escuela, y más cuando se radicalizan bajo el tufo de la religión. Nuestro vecino se ha subido una vez más a la parra, con el apoyo tácito de EE UU, que reconoció la soberanía marroquí del Sahara Occidental días antes de que el funesto Trump abandonara la Casa Blanca. No hace tanto llamaron a consultas a su embajadora en Berlín. Y en esta guerra fría y sucia, denominada la Marcha Negra, utilizan a la gente como basura, incluidos adolescentes, niños y bebés, usándolos sin ningún tipo de miramientos, con absoluta iniquidad e inhumanidad. ¿Pero le vamos a pedir humanidad a un país que presume de ser una flagrante dictadura? ¿A alguien se le ocurriría pensar ese disparate?

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