A echar garbanzos
Quién no recuerda el aroma de una buena olla de garbanzos haciéndose a fuego lento con sus huesos de espinazo, tocino, morcilla y un trozo de calabaza o unas vainas de habichuelas verdes? ¿Quién no contempló por la mañana los garbanzos que se salían del cacharro en el que estaban en agua desde la noche anterior? ¿Quién no recuerda el obligado trueque de garbanzos crudos por “garbanzos tostaos”, blancos-inmaculados con su capa de “yeso” que distraían la tarde de paseo o al amor de la lumbre? En otras latitudes los garbanzos fueron aviados con bacalao, con cardos, cardillos o tagarninas, con langostinos en Cádiz...unnnnnn, los cocinaron revueltos con judías y los llamaron potaje, los hicieron en puchero, en blanco, y cocido, en rojo-pimentón y, en un amplio universo de sabores hasta llegar al otro lado del Atlántico donde la fainá, hecha con masa de harina de garbanzos, es plato nacional. Nuestro refranero es también refugio de significados con el garbanzo: “ese garbanzo no se ha cocido en la olla”, “por un garbanzo no se descompone el plato” o “tropezar con un garbanzo” para el que es propenso a hallar dificultades en todo. Recobremos nuestra rica tradición de “echar garbanzos” y olvidemos garbanzos negros y aquellos que causan tropiezos.