A compás

02 feb 2024 / 09:35 H.
Ver comentarios

Más allá de la tremenda facilidad que hoy día nos brindan las nuevas tecnologías para la información y la comunicación, sigue estando muy viva esa forma de expresarnos que trasciende de manera especial y que se viene haciendo desde que el hombre es hombre. Es la que se revela a través de las llamadas manifestaciones artísticas, de tal manera que podemos “hablar” mediante formas, colores, sonidos y movimientos. Por eso decimos que el arte es un fenómeno social. Por su fuerza comunicativa capaz de suscitar en el hombre y en la sociedad, emociones estéticas, sentimientos de admiración y sublimaciones colectivas. Y en este sentido, las expresiones artísticas más representativas y populares en España, y por las que nos identifican claramente los extranjeros, en mi opinión, fueron siempre dos: la música y los toros. Dos materias, por cierto, y entre otras conocidas lindezas y bondades, en las que esta provincia destaca especialmente. Sin dar nombres, porque no cabrían y porque seguro que de algunos me olvidaría, la lista de músicos y toreros jiennenses es enorme. Y no para de crecer.

Cuando el hombre siente la necesidad de expresar ideas o sentimientos con los que pretende hacer llegar a los demás aspectos fundamentales de la cultura que a todos nos incluye y nos envuelve, y eso que quiere transmitir es capaz de reflejarlo en una escultura, en un lienzo, en un libro, en una copla o en un muletazo, es precisamente cuando está haciendo eso que llamamos arte. La música empieza donde no puede llegar el lenguaje y un torero expresa, resume en diez minutos todos aquellos aspectos, temporales, espaciales, de técnica, de valor, de sentimiento, que nosotros tenemos que demostrar en la vida, y lo tiene que hacer delante de un toro que se la puede quitar. Y es que la vida es eso, una lidia permanente contra la muerte, por mucho que últimamente nos empeñemos en ocultar.

Dice el maestro Esplá, que el toro es el material con el que el artista torero tiene que realizar su obra. Algo así, podríamos añadir, como si el toro fuese el instrumento a tocar para interpretar la partitura y del que hay que sacar la música que cada uno lleva dentro. La música callada del toreo, que decía José Bergamín después de ver torear a Paula. El problema del toro-instrumento es que se mueve, que está vivo, y que te puede sorprender tanto que hasta te puede quitar de músico. Es decir, que tiene un riesgo añadido específico que no tienen otros materiales artísticos.

Entre la música y los toros hay ciertas semejanzas que los acercan mucho, más allá de que el uno sirva como inspiración del otro. Por eso no es extraño que la obra que interpretan torero y toro suene, como la música, a base de toques, a golpe de cites y acompañamientos, templando embestidas, marcando el ritmo o interpretando cadencias. Y es que ni los toros son iguales ni los músicos tocan igual, y hay tantos encastes de toros como instrumentos en una banda y a cada uno hay que entenderlo de distinta manera. Sea como sea, en la música como en los toros, como en la vida misma, se requieren ciertas actitudes y maneras que tienen mucho que ver con el ritmo, el temple, la armonía, la cadencia o el compás. Ya lo decía Rafael de Paula, el inspirador de Bergamín: “Se torea a compás, como se baila y se canta, a compás, pero también como se vive, o ha de vivirse, a compás”.

Articulistas