493 páginas

17 oct 2019 / 10:55 H.

Vocingleros y vocingleras del Reino, llegó la hora. Por fin el famoso juicio del “procés” tiene sentencia: 493 páginas que a primeras horas de la mañana del lunes 14 de octubre de este año pocos habían leído y menos aún comprendido. Ya desde muy mañana entre cafés y cafés, tertulias y noticiarios escuché, desplazando el dial y el mando de la tele de un lado para otro, que políticos y medios “acataban la sentencia” (como no podía ser de otra forma), pero inmediatamente la cuestión ya era otra: “Sánchez tiene que decir “Ya” si habrá indultos a los presos, o beneficios penitenciarios.

La jauría ya tiene carne fresca para enfrentarse a nuevas elecciones. Mala cosa. Hay otras maneras o formas de afrontar las cuestiones. Se me ocurre que los demócratas deberíamos de felicitarnos por volver a constatar que la salud de nuestras instituciones es buena. Que el sistema judicial español (con todos los defectos que tenga) funciona, y que se acaba de producir una sentencia por unanimidad, y que los delitos juzgados no son las ideas, sino hechos delictivos. Hacer hincapié en esto sería más que justo, más que conveniente y sobretodo más que necesario si se quiere volver al camino de la realidad, que no a la de los deseos. Las tripas sirven para lo que sirven, y la realidad está ahí. Nuestra Constitución recoge y acoge el independentismo como idea y como lucha lícita. En una democracia todos sabemos que se trata de convencer, que no de vencer.

Los partidos políticos (todos) han dado lugar a que llegue la sentencia de este juicio tan controvertido en un momento en el que hay en este país un gobierno en funciones, y esto debido al mal entendimiento entre todos, al regate corto y, sobre todo a esa lucha sin altura a la que han llegado nuestras organizaciones políticas, por no hablar de las mentiras.

Siempre es momento de rectificar. Siempre es momento de intentar que todos asuman la responsabilidad del interés común (el de todos los ciudadanos de este país) y comiencen ya a hablar de sus programas y de sus consensos para salvaguardar el Estado del Bienestar que nos queda, y sobre todo para abordar la crisis a la que nos enfrentamos y los nuevos retos que a niveles europeos y globales se están dando y que no podemos eludir.

La libertad de expresión es fundamental en la democracia, por eso está bien que cada uno expresemos libremente lo que opinamos de la cuestión que sea, pero utilizar la libertad de expresión impunemente como arma arrojadiza, no es lo más democrático. Los ciudadanos y ciudadanas (transversalmente hablando), tenemos derecho ya, a que se abra un paréntesis y que las organizaciones que se presentan a las nuevas elecciones entierren las piedras, palos y proyectiles y traten de ilusionarnos. Que nos convenzan, que nos cuenten sus planes y proyectos para mejorar nuestras vidas y también la de ellos, que nos narren qué y cómo van a hacer para que el paro deje de ser el principal problema de los españoles. Que nos digan que van a hacer para mejorar el sistema sanitario y educativo y que nos cuenten qué piensan hacer para que esa desigualdad que se ha convertido en un cáncer social, se reduzca y mejore nuestras condiciones de vida.

Millones de jóvenes están esperando su oportunidad para poder tener un proyecto de vida. Millones de hombres y mujeres queremos una España mejor. No a las tripas, sí a la inteligencia y a la razón.