Qué belleza de encuentro el del Cristo de las Lluvias y la Amargura en Mengíbar

El municipio se echó a la calle para acompañar a una de sus célebres procesiones

17 abr 2025 / 19:15 H.
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El Cristo de las Lluvias de Mengíbar coqueteó con el cielo toda la procesión, unas gotas insignificantes por la Avenida San Pedro Apóstol, otras en la calle Victoria Eugenia y el “aire lloveor” que acompañó a los pasos en gran parte del recorrido hizo que la agrupación parroquial decidiera acelerar el paso para que las imágenes no sufrieran. Se acortó el encuentro con los mengibareños casi una hora, pero no se deslució el fervor y la entrega, todo lo contrario, había unas ganas inmensas de volver a ver al Cristo de las Lluvias desde la iglesia de San Pedro y a su Madre, María Santísima de la Amargura. Majestuosa salida a las ocho en punto de la tarde por una puerta parroquial que hace trabajar con el corazón a los costaleros del Cristo y a las costaleras de la Amargura, sabiamente dirigidos por los capataces Ramón Casalla y Antonio Beltrán y en mujeres, Loli Delgado y Ana Gómez.

Avenidas anchas, calles estrechas y siempre compañía presente, megibareños y mengibareñas que arropaban a tan singulares imágenes, de una expresividad celestial, que se convertía en algo sublime cuando las mecían los costaleros y las costaleras al son de la música del Nazareno de Torredelcampo y la banda del Maestro Soler de Martos. Acompañaban al Cristo el sacerdote Juan Pedro Moya y la presidenta Ana Moya Pérez, junto con el alcalde de Mengíbar, Juan Bravo. Todo en perfecto orden de nazarenos y su capirote y mantillas con vela y rosario en manos, el incienso arropando el ambiente en todo momento hasta que se llega al encuentro, confluencia de las calles Real y Vergara. La Amargura, que acorta su recorrido, espera al Cristo de las Lluvias junto al azulejo de la virgen y lo que sucede después es de una belleza y una plasticidad fuera de lo común. Los costaleros del frontal de rodillas y los de atrás con los brazos en alto colocan la crucificado a los pies de María Santísima de la Amargura, en un encuentro al que acuden cientos de mengibareñas y mengibareños y que contemplan en absoluto silencio.

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