Lugares singulares, únicos, maravillosos y fresquitos: Cañón de Pitillos

El río Valdearazo esculpe cada curva, a la que dan forma altas paredes rocosas, hasta alimentar el embalse del Quiebrajano

17 sep 2025 / 20:37 H.
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Tierra fértil, llana y baja, así se describe una vegueta, mismamente la que conforma el río Valdearazo en el extenso Cañón de Pitillos, una sucesión de esculturas en piedra forjadas por la Naturaleza, a la que los geólogos llaman pitillos o frailes y el acervo popular jaenero ha convertido en singulares piezas de un tablero de ajedrez, con la Piedra del Palo como la torre. Torre y vigía del devenir de los tiempos en este rincón de la Sierra Sur que ningún senderista quiere perderse por nada del mundo y la culpa la tienen el agua y los años, uno tras otro, hasta conformar millones y de estamparse el Valdearazo a su libre albedrío en las rocas carbonatadas del Jurásico Inferior surgió un parque temático en piedra que deja boquiabierto a cualquiera. Las dolomías (roca sedimentaria de origen químico, carbonato de calcio y magnesio) pueblan un triángulo muy señalado en el mapa de Jaén, donde se mecen acunadas entre sierras y valles las sierras mágicas de Mágina, las Sierras de Jaén capital y esa Sierra Sur pequeñita que se hermana a su vez con la Subbética cordobesa y Los Montes de Granada.

Tierras todas de encanto y vida, de cortijadas que aún perviven y de animales que controlan el monte y sus pastos y generan riqueza a través de una ganadería extensiva que se hace parte de la vida diaria y se mimetiza con el territorio aún en nuestros días de desamparo y despido fulminante a la vida de antaño con, por y para que la Naturaleza mantuviera sus ciclos de siempre. Pero volvamos al oasis de Pitillos y su cañón hecho vegueta y su río amansándose en cada curva hasta alimentar el embalse del Quiebrajano porque aquí reina la paz y se acomoda el alma. Es tan majestuoso el entorno que el esfuerzo continuado y entre zig zag de bajar hasta mil metros queda recompensado una vez se asienta uno a ver pasar el agua, con ojos abiertos y los oídos despiertos, el Valdearazo se hace música entre las rocas y el eco de sus rápidos y escorrentías agranda el sonido de lo que se ve y se siente, se palpa y se saborea apontocado en cualquier saliente de la vegueta de Pitillos. En las alturas, aves que planean y mecen nubes, sobre las rocas, fauna salvaje de distintos cuernos y entre los matorrales, jabalíes temerosos con su camada. Ya digo, un oasis, término de Valdepeñas de Jaén, a un paso de la capital, un paraíso que sentir, un escaparte en verde agua de la esencia de cómo fueron estos territorios de frontera donde todo el mundo sabía esconderse. No tiene fama de agreste la Sierra Sur, pero lo es.



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