Desembalse en el Giribaile: Como agua bendita para el olivar

Un viaje de Diario JAÉN desde el muro del pantano del río Guadalimar, por las aguas verdes en el entorno de Miraelrío hasta las rojizas cercana ya la Estación Linares-Baeza

15 sep 2023 / 06:00 H.
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El muro de presa impone, flanqueado por las faldas del paraje de La Lambra. No es una cubeta al uso. Rl muro de tierra compactada, con núcleo de arcilla, se alza entre un paisaje de olivos y de matorral, en la cola del pantano, sobre lomas suaves. Estamos en el Giribaile, que sella el cauce del Guadalimar, río de la cuenca que gestiona la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, del que es afluente. En situación de emergencia por la sequía, un desembalse es como agua bendita para el olivar sediento, más cuando la nueva campaña está en vísperas. La dos turbinas de la central hidroeléctrica del pantano están desembalsando a razón de 4 metros cúbicos de agua por segundo. El agua discurre por el canal de la central, verde y espumosa, hasta llegar la cauce en apenas cincuenta metros. Canal pegado al propio de la Confederación, que sólo se utiliza para desembalsar en determinadas ocasiones. La central evacua el agua con sus turbinas y cumple un doble objetivo: generar energía y llevar el agua al cauce para el riego de los olivos. Frente al muro de presa, ese cauce es un pequeño ensanche verde del río que se va estrechando conforme la ribera se puebla de vegetación. Es exuberante, tupida, casi impenetrable en un tramo que va hasta al altura de una granja porcina, ubicada en la falda de una loma, también rodeada de olivos. Álamos negros y zarzas apenas dejan ver el agua.

Ya casi enfrente de la aldea de Miraelrío, en el término de Vilches, Andrés, un agricultor que desvareta sus olivos, bien cargados de aceitunas, nos indica un par de sendas junto a la ribera por las que podemos pasar y ver el cauce crecido por del desembalse. Es espectacular la visión de un grupo de viejos y enormes álamos, casi tumbados junto a la orilla del Guadalimar, de los que cuelgan las cortezas de sus troncos como si fueran jirones de piel. Seguimos la ruta más abajo hasta llegar a la vieja central hidroeléctrica, junto al viaducto, recio pero ágil en la concepción de sus arcos. Ahí el río ya no es verde, es marrón, rojizo a veces por el tinte que le dan los sedimentos arrastrados de las tierras rojas del Condado. A tiro de piedra está ya la Estación Linares-Baeza. El Guadalimar se ensancha y desde el puente que da acceso a la pedanía, a derecha e izquierda, la vista es fantástica. Masa de agua ancha, marrón o rojiza, según el plano del sol. A los lejos, hacia el sur, la silueta del viejo puente de hierro. Al fondo, hacia el norte, las del puente de la autovía y el viaducto.

Arriba, en el tramo verde del río, sigue saliendo una lámina de agua del canal de la central hidroeléctrica que vierte esos 4 metros cúbicos de agua por segundo. Agua de la reserva del pantano que está al 15,96% de su capacidad. Cuando se construyó el Girabaile —entre 1993 y 1997; inaugurado en 1998— fue una obra de ‘última generación’, distinta, singular, por su muro de tierra compactada con el núcleo de arcilla. Ocupa 2.492 hectáreas en un territorio que concierne a Vilches, Canena, Rus, Ibros, Úbeda, Navas de San Juan o Sabiote. Es el segundo con más capacidad de la provincia (491,143 hectómetros cúbicos), tras el Tranco, y el tercero de la cuenca. Tiene un aliviadero enorme de los de ‘labio fijo’. El agua rebosó allí la última vez en 2014.

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