Baeza, latido del corazón

Patrimonio de la Humanidad, la ciudad renacentista enamora a cada paso

10 mar 2016 / 12:19 H.

Baeza, la bella, hace centro de provincia, a 55 kilómetros de la capital. Se eleva sobre la cima de tres cerros junto al valle del Guadalquivir, en la comarca de La Loma, al que Antonio Machado dedicara versos como aquellos que decían “El río va corriendo, /entre sombrías huertas/y grises olivares, /por los alegres campos de Baeza”. Y es que es imposible conocer esta tierra y no caer rendidamente enamorado de ella. Cuando uno pasea sus calles se siente como transportado a un mundo de belleza extrema, trasladado a una época de luces de construcciones exquisitas y máximo esplendor. Tendríamos que remontarnos a la prehistoria para conocer el origen de esta ciudad gloriosa, pero hoy no es esa nuestra encomienda, pues ya han corrido ríos de tinta que explican y analizan desde los primeros asentamientos íberos al sur de la ciudad, en el cerro del Alcázar, hasta la edad contemporánea.

“El Nido de Gavilanes”, como renombra el romancero a Baeza, es intenso para conservar sus costumbres y celebrar sus fiestas. Sus gentes conservan el señorío de rezuma su historia y no es difícil encontrar el Paseo de la Constitución rebosante en los días festivos, en los que vuelven sin falta todos aquellos que un día se fueron, que naciendo o no, se sienten baezanos, porque Baeza corre por la sangre y hace mella en el corazón. Semana Santa para no perdérsela, declarada de interés turístico nacional, el Miserere de Eslava, el Corpus Christi. La feria de agosto en honor de la patrona de la ciudad, Nuestra Señora María Santísima del Alcázar. Sin olvidarnos de las Cruces de Mayo y las fiestas medievales por San Andrés. ¡Ay, Baeza del alma mía! ¡Tan rica y tan pobre! Monumental en esencia. Patrimonio de la Humanidad, junto a su hermana Úbeda, desde 2003.

Imposible no hacer mención a su rica gastronomía, pues ¿quién no se ha dejado conquistar por su exquisita variedad de viandas? Esos ochíos de pimentón rellenos de morcilla y picadillo y, de postre, unos virolos como manda la tradición.

Quien vive a Baeza, después la sueña, la anhela en lo más profundo del alma e irremediablemente regresa para irse quedando en cada esquina, en cada recoveco, en cada suspiro, en cada recuerdo.