A un dios terrenal como Raphael

Es domingo fin de mes y es diciembre, se despide de 2024 el “señor Jota” con su artículo mensual en el que contrapone el orden y el concierto de la sociedad actual, todo tan predecible y, a la vez, tan cicatero en emociones, que suele decir basta para salirse contracorriente. A veces lo consigue, a veces, pues no; habrá de todo. El intento ha sido continuado, lo ha hecho en 11 entregas y ahora, en la duodécima, se rinde a un dios terrenal como Raphael, apelando de principio a la frase de la escritora Ana María Matute que lo ha acompañado todo el año: “Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”. No hay nadie como el paisano Rafael Martos López en esto de inventarse una vida, en quererla y abrazarla para que no se le escape, en dejar de ser uno más para gozarse en el mundo de quienes hacen de su vida aura especial de dedicación a un sueño que bulle en alegría.

“Hay mucha gente que se parece a mí, pero yo no me parezco a nadie”, genial frase de Raphael que tiene el “señor Jota” en su ordenador como culmen de ese sueño de niño que tuvo que emigrar del Linares que se desangraba sin las minas y buscarse nueva vida en Madrid. El éxito de Raphael, canción a canción, traje a traje, década tras década, no es más que la culminación de un sueño, la constatación de que soñar despierto es siempre sinónimo de alegría. Si queremos ejemplos de paciencia y perseverancia, los tenemos en el linarense más universal, no hay personaje nacido en Jaén que catapulte a mayores galaxias nuestra tierra que el gran Raphael. Si queremos ejemplos de pasión y entrega absoluta en un escenario, no hay más que cerrar los ojos y ver sus puestas en escena según nuestros recuerdos Navidad tras Navidad, concierto tras concierto. No hay otro como él, nadie, absolutamente nadie, y hasta lo reconoce Julio Iglesias, quien le escribe: “Querido Raphael, has estado en muchas guerras y todas las has ganado.

Esto no es nada, es pasajero comparado con todo lo que te ha pasado en la vida, un campeón de tu categoría, un campeón tan grande, puede con todo”. Así se lo deseamos todos, así se lo desea entusiasmado el “señor Jota” en esta crónica final de año suplicando que ahora que para momentáneamente Raphael, sigan los aplausos a su gesta universal. Porque Raphael es vida y bullicio por donde camina, Raphael es alimento del alma cuando canta, Raphael es alegría sostenida en el tiempo, de divo mundial a pope indie, de cantor superviviente de mil y una batallas con sus achaques a doctor honoris causa de la Universidad de Jaén, la de su tierra. Larga vida a Raphael, es nuestro faro permanente de autoestima, impenitente defensor de la causa de su tierra, un icono musical que va más allá del glamour y se hace Dios terrenal.