El tranvía está “imparable”

16 nov 2019 / 11:49 H.

El tranvía de Jaén está imparable”. Dirán que es una frase, que estaría dicha en un contexto, dentro de una parrafada, trufada de algún dato técnico y esbozada con buena voluntad y que buscaba, probablemente, animar a una tropa desabrida por el invierno que se nos viene encima. Sí, está publicada y, de momento, el autor no ha acusado a la prensa —ese animal cuasi mitológico, cada vez más maleable, dúctil y en busca de autor— de haber malinterpretado sus palabras. Venía a decir el viceconsejero de Fomento, Infraestructuras y otros marrones de la Junta de Andalucía, Jaime Raynaud, que se están haciendo cosas, que diría don Mariano, porque los jiennenses, al igual que los catalanes, son gentes que hacen cosas, aunque no tengamos hecho diferencial, que habría que buscarlo.

Bueno, aquí, por concretar, dejamos que nos hagan algunas cosas cuando les sale del presupuesto y tampoco. Dicho lo cual y valorando sus palabras, una vez repuestos de la impresión, uno empieza a sospechar que en el cabalístico año 2020 el tranvía de Moisés no surcará las calles de Jaén. Los flecos se repiten como el estribillo de una mala canción de reguetón, valga la redundancia, y pasan los años y siempre queda un informe más y, sobre todo, el último viaje técnico para evaluar cómo está este juguete roto, este circo tranviario que, como el de los leones desdentados, da entre pena y grima. Así que aunque se viniera arriba el buen hombre, a lo Ángel Cristo, a cualquiera se le vienen a la cabeza una serie de adjetivos o improperios para calificar el tranvía y sus derramas. Pero es que pasado el furor de los reportajes televisivos de infraestructuras millonarias tiradas por los suelos, hasta los jiennenses andamos cansados del asunto y hubiera sido mejor pasar por Jaén sin forzar el titular. Antes, incluso, los primos lejanos te preguntaban por él, ahora ya ni eso. Lo dan como una causa perdida. La oveja negra.

Pero donde no llegue la realidad, para todo lo demás un buen titular te puede arreglar el día o una campaña electoral, que se lo digan a Iván Redondo, que es la Glenn Close de “Atracción fatal” para buena parte del PSOE periférico que observa atónita los últimos acontecimientos y temen vívidamente los que vienen. Todo por unas semanas de pasión con el presidente Pedro Sánchez, en modo Michael Douglas, en las que el alquimista-asesor le prometió un pisito con mucha luz si se dejaba llevar por la fragancia de las urnas. Especulación electoral. Atracción tal que les ha llevado a pegarle una patada al kamasutra político y ahora escriben una nueva narrativa que ha dejado más prendado a Pablo Iglesias que una novela de Corín Tellado. Uno de los abrazos con más pausa de la historia democrática española.

La realidad, sin embargo, es como la nieve, que una vez pisada no es lo mismo. Que se lo digan a las familias trabajadoras —sí esos españoles que madrugan y trabajan otro concepto de la nueva política, que nos había pasado desapercibido— que lidian con la conciliación familiar —esa falacia a la que nos hemos acostumbrado como las 40 horas semanales— cuando los comedores escolares siguen sin prestar un servicio básico en pueblos y ciudades de la provincia. Pues tras la espantada de la empresa, desde Educación aún no han articulado medida para paliar el desbarajuste de mesa y mantel. Intuíamos que la famosa Agencia Pública Andaluza de Educación, la de Manuel Cortés, tendría problemas mayores que la decoración del despacho. Entre tanto, el delegado de Educación, Antonio Sutil, anda sacándose un máster en subcontratas en una cartera que parecía tranquila para un maestro de formación como él.

Y cerramos esta columna con una noticia, que no por esperada, deja de ser pésima. El fundido a negro, el cierre de Ondajaén es la peor crónica con la que acaba un medio de comunicación público que cumplía, sin duda, un servicio social, aunque estaba lastrado por una gestión política errática. Que el PP adopte ahora el papel de plañidera tendría sentido si hubiera garantizado su futuro. Hoy, un gobierno de PSOE y Ciudadanos, le da la puntilla, sin más opciones intermedias. Mal menor, se garantizan los empleos. Pues eso, el menor de los males.