El termómetro de la Navidad

    08 dic 2025 / 08:59 H.
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    La Navidad llega cada año como un termómetro emocional que mide el estado de ánimo de ciudades y pueblos. Ayer, Jaén encendió su alumbrado navideño con una mezcla de ilusión, esperanza y necesidad: la necesidad urgente de creer que todavía existe algo capaz de unir a una ciudad que arrastra demasiados desencantos. El botón que activa las luces no solo ilumina calles y plazas; activa también la autoestima de miles de jiennenses que buscan, quizá sin decirlo, la prueba de que Jaén se mueve, respira y avanza. En una tierra que tiende a mirar más hacia lo que le falta que hacia lo que tiene, el encendido navideño siempre adquiere un valor simbólico mayor que en otros lugares. La luz no compensa la falta de infraestructuras, ni tapa los retos económicos, ni sustituye a un proyecto de ciudad que aún se discute, pero funciona como una pausa emocional que permite recordar que Jaén conserva algo fundamental: su capacidad para sentir comunidad. Si la calle se llenó en la tarde-noche de ayer, no será solo por las bombillas; será porque la gente necesita reconocerse en un mismo espacio físico y emocional después de meses marcados por incertidumbres y cansancio. El comercio local mira este día como quien examina el cielo antes de abrir la ventana. Para muchos negocios, la Navidad ya no es una campaña: es una tabla de salvación anual. Competir con gigantes que entregan productos en horas obliga a imaginar estrategias casi heroicas. Por eso iniciativas como “Centrylandia”, organizada por la asociación Müy Jaén, no se limitan a embellecer el centro; pretenden devolver al pequeño comercio un lugar protagonista en la vida de la ciudad, aunque sea por unas semanas. Son acciones que moldean el ánimo colectivo, que convierten la compra en un gesto de identidad, no solo en una transacción. La economía emocional también entra en juego. Las luces tienen la capacidad de suspender, aunque sea momentáneamente, la crítica feroz que se dedica a todo lo que sucede en esta tierra. La gente pasea, se hace fotos, se para a escuchar música, se saluda. La Navidad es ese momento en el que Jaén deja de justificarse y empieza a reconocerse. Pero la pregunta es inevitable: ¿qué queda cuando se van las luces?

    Editorial
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