Maratones de insensatez

    31 dic 2022 / 16:00 H.
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    Hace cien años, en 1922, se le concedía el Premio Nobel de Literatura a nuestro casi olvidado don Jacinto Benavente, prolífico autor teatral. La Academia Sueca justificaba la concesión “por el talento de que ha dado muestras como continuador de las gloriosas tradiciones del teatro español”. Benavente mostró durante sesenta años y un largo centenar de obras su quehacer teatral en los escenarios ante un público que le fue fiel y llenó los teatros incluso después de su muerte. Su escuela ha perdurado hasta el último tercio del siglo XX (en que se ha destruido toda tradición teatral) y sus obras más destacadas siguen representándose y siendo objeto de estudio: “Los intereses creados” se convirtió en un clásico desde el momento de su estreno, y sus personajes continúan vigentes por su actuar y decir. “La noche del sábado” deslumbra por su atractivo halo de misterio. La trilogía rural: “La malquerida”, “Señora ama” y “La infanzona” se imponen por su fuerza desgarradora. “Rosas de otoño” es la amable alta comedia que atrae por la humanidad de sus personajes. Algunas de estas obras han sido repuestas últimamente con un éxito descollante. La brillantez del teatro de Benavente destaca singularmente por la excelencia de sus protagonistas femeninas: Imperia, La Raimunda, La Acacia, Dominica... papeles que se disputaban las mejores actrices del momento. Benavente renovó el caduco y ampuloso teatro del siglo XIX, falto de vida, de realismo y de credibilidad. Es un autor que merece ser recordado pues su influencia fue notoria no solo en España sino en Europa y en Sudamérica.

    el verdadero humanismo muestra y difunde la herencia cultural. Exposición esquemática de libertad, comprensión, independencia, abertura e indagación son verdaderamente inherentes a la convicción humanista clásica. No seremos capaces de comprender la realidad actual si nos ofuscamos en ideas y creencias que no se comunican de manera diáfana, la respetabilidad del oponente. Incorpora a la filosofía, con la mayéutica de Sócrates, a discernir lo obvio e inalterable en el hombre y apoyada en extraer la verdad, que reposa en lo íntimo de cada persona. La enseñanza es la llave del avance de nuestra sociedad, desorientada. Padecemos el sometimiento moderno, en su enrevesada ineptitud espontánea; continuamos sin modificar lo no válido. ¿Cómo se subsanarían estas deficiencias? Incentivando en las aulas a niños y jóvenes, en los medios de comunicación, para que valoren la cultura, el saber y por consiguiente la libertad, el bien más preciado del hombre. Ayudando a los que quieren escuchar, leer, reflexionar, pensar, investigar, aprender y regenerarse. Decía el gran filósofo francés Edgar Morín: Los políticos no reflexionan sobre los acontecimientos. La actualidad más allá de hoy; no leen, no tienen un pensamiento global. En tiempos pasados, la filosofía servía a los políticos para reflexionar. Hoy día esto ya no existe. ¿Por qué debemos enseñar a pensar y reflexionar a nuestros jóvenes? Las personas que se educan en esto van a la raíz de todas las cuestiones fundamentales, tienen juicio propio, capacidad para comprender y son personas difíciles de manipular.

    Sin duda, las cifras son demoledoras y escalofriantes. El fracaso de toda la sociedad, evidente. Pero cuidado con los mensajes que se lanzan: “Casi la mitad de las asesinadas había denunciado”. Claro, y la inmensa mayoría de los que mueren en accidente de tráfico, llevaban el cinturón puesto. ¿Quiere eso decir que mejor no denunciar o ir sin cinturón? Sin ninguna duda, la denuncia es pertinente. Otra cosa. Como parte de la sociedad me preocupa que se esté hablando de alertar a mujeres cuya nueva pareja tenga antecedentes por violencia de género. No sé si sería bueno o malo. Hay que pensarlo en profundidad porque, ¿y si esa persona ya se había dado cuenta de su error y era algo del pasado? ¿Dónde quedaría su derecho a la reinserción?

    Madrid Salud desaconseja el ejercicio al aire libre por niveles de alta contaminación” dice el titular de prensa dos días antes de la carrera de San Silvestre. No importa: se
    celebrará, caiga quien caiga,
    con docenas de miles de “paganos”, contentos de dejar ahí su dinero y su salud. Desde hace muchos años esas carreras desaforadas e incluso mortales, empezando por la defunción de su fundador en Atenas y la de su renovador estadounidense, se han convertido en auténticos negocios, incluso para fines “benéficos”. Cuando se puede
    se ocultan los accidentes e
    incluso muertes, que los medios apenas señalan, como tampoco los avisos de los médicos. Son sacrificios humanos, ahora en nombre del también cruel dios “deporte”, como los que hemos presenciado hace días en Qatar. La corrupción de lo mejor,
    como un ejercicio corporal sensato, es lo peor.

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