Reforcemos la alianza intergeneracional

    14 jun 2025 / 09:28 H.
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    Las circunstancias están ahí, en todo el planeta, la población mundial envejece. Prácticamente, todos los países del mundo experimentan un aumento del número de ciudadanos que han entrado en años, lo que debe hacernos repensar situaciones, sobre todo a la hora de reforzar los sistemas sanitarios y de cuidados, garantizando la sostenibilidad de la protección social e invirtiendo en nuevas tecnologías. A esta situación, hay que sumarle el abandono de los ancianos, un apenado contexto al que no debemos acostumbrarnos. Reforcemos la alianza entre nietos y abuelos, jóvenes y longevos. Digamos no a la soledad y activemos el acompañamiento. Lo importante está en no desfallecer, ni siquiera cuando la vejez acomete y las fuerzas flaquean, cuando la vida se vuelve menos productiva y corre el peligro de parecernos inútil.

    Realmente, todos somos necesarios para construir un orbe armónico, aunque algunos peinemos canas y decaiga el estatus social. Reencontrándonos solidariamente y reconstruyéndonos hermanados, avanzaremos. Son estos compromisos de acciones específicas en temas tales como la salud y la nutrición, la vivienda y el medio ambiente, la familia y el bienestar social, la seguridad de ingresos y de empleo, el espíritu de diálogo y el llamamiento a la concordia, los que nos injertan entusiasmo y acrecientan la esperanza. La familia, que es la primera y la más radical oposición a la idea de que podemos subsistir solos, es una de las víctimas de esta cultura individualista nefasta. No olvidemos, que lo vivencial está en crear calor de hogar y comunión de pulsos.

    Uno no puede abandonarse en el ocaso existencial, tiene que renacer con la sabiduría que imprime la cátedra del relato a través del camino recorrido, compartiéndolo a las generaciones venideras. Está bien mirar hacia adelante, pero también escuchar a esas gentes maduras, que no serán el futuro, pero que son un presente, con un pasado lleno de aciertos y errores, que han de hacernos cuando menos promover el desarrollo de una sociedad para todas las épocas. Una vida más larga y mejor vivida, trae consigo nuevas lecturas y, por ende, más oportunidades; no únicamente para las personas mayores y sus familias, sino también para la generalidad en su conjunto. Al fin y al cabo, nuestra vida no está destinada a cerrarse sobre sí misma, está consignada a dejar huella de relación y apertura.

    Con el envejecimiento de la población mundial y la creciente dependencia de la atención institucional, garantizar la seguridad y la dignidad de los residentes es más perentorio que nunca. Sea como fuere, no podemos negar el escenario, el maltrato a los abuelos todavía es un grave problema social que cohabita por toda la tierra, tanto en los países en desarrollo y desarrollados como en otros ámbitos menos adelantados, lo que requiere su importancia social y moral que es indiscutible. En consecuencia, este problema requiere una respuesta mundial multifacética, que ha de centrarse sobre todo en la protección y en el amparo de las masas de senectud. Quizás, por ello, tengamos que comenzar por combatir exclusiones. La cuestión no es tanto la edad como el espíritu fraterno.

    El edadismo es la mayor discriminación contra personas o colectivos por motivo de madurez, lo que genera daños irreparables, desventajas e injusticias. Sin embargo, todos nosotros vivimos gracias a una relación, sustentada y sostenida bajo un vínculo libre y liberador de humanidad y cuidado mutuo. Traicionarnos unos a otros es el mayor bochorno. Indudablemente, el mundo de hoy necesita el acuerdo conyugal, al menos para conocerse y reconocerse en el amor; y así, poder superar las fuerzas que destruyen las relaciones, infundiendo esperanza en el camino. En este sentido, también los octogenarios, nos muestran con su ternura nuestros propios vínculos para no perder el avenirse. Dejemos a un lado nuestra actitud egoísta, el criadero de los grandes malvados. ¡Lealtad!, es lo justo.

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO

    Invertimos en defensa, recortamos en infancia

    Sorprende que, al menos en ocho países europeos, la tasa de mortalidad infantil haya aumentado. Entre 2023 y 2024, este repunte refleja la fragilidad de unos sistemas sanitarios que creíamos más sólidos. Rumanía encabeza las cifras con 9,8 muertes por cada 1.000 nacimientos, un dato alarmante que plantea serias dudas sobre el acceso y la calidad de la atención materno infantil. Le sigue Bulgaria, pero también sorprenden países como Francia, que ha pasado de 3,3 a 3,7 en tan solo un año. A pesar de contar con recursos, su sistema sanitario, fragmentado y tensionado, parece incapaz de frenar esta tendencia.

    España, con un aumento de 2,6 a 3,2, refleja una sanidad pública cada vez más presionada y con menor capacidad de prevención. Portugal, por su parte, ha registrado su cifra más alta desde 2019, con un incremento del 20 % entre 2023 y 2024, coincidiendo con el cierre de servicios de urgencias pediátricas y la escasez de profesionales. No hablamos de estadísticas frías, sino de vidas truncadas en la etapa que más protección requiere. El deterioro de la atención primaria, la falta de inversión y el abandono de políticas preventivas están dejando una huella profunda. Europa no puede permitirse normalizar estos retrocesos. Cuidar de los más pequeños debería seguir siendo un pilar de cualquier sociedad. Aumentamos el gasto en seguridad, olvidándonos de lo esencial: nuestros niños. ¿Esta UE es la solución?

    PEDRO MARÍN USÓN / ZARAGOZA

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