Quiebra de la Justicia
La sentencia es “histórica”, como repite el PP, pero lo es por su monumental infamia, que alcanza máximos en la degradación de un sistema judicial en manos del sector conservador dispuesto a dinamitar sus propios principios con tal de imponer su ideología. Desde ahora, cualquier ciudadano puede descubrir que ya no hacen falta pruebas, ni hechos, ni siquiera indicios razonables: basta con que la derecha judicial construya un relato, lo adorne con sospechas y lo eleve a categoría de verdad. La propia Sala de Apelaciones admitió que el Fiscal, en su nota para desmentir un bulo que dañaba a la institución que tiene que defender, no reveló nada que se acercara a un delito. Pero ahora, como el Fiscal confesó redactar dicho texto —un acto completamente legítimo para desmentir un bulo—, se retuerce la legalidad hasta convertir lo lícito en punible. Esa lógica perversa, donde la conclusión se decide antes que el análisis, revela una justicia que parece servirse de los intereses del PP y no acata la Constitución. Con decisiones así, se vacía de contenido el artículo 24.2 y se abre la puerta a un futuro inquietante, el de una España donde la presunción de inocencia es sustituida por la presunción de culpa cuando conviene a la derecha, y donde la ciudadanía queda a merced de quienes manipulan la ley para proteger su poder.
MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID
Lealtad política
No sé, creo que no me gustaría escribir sobre esto. Pero también es verdad que no es una cuestión de gustos, sino de lealtad. Me explicaré.
Y es que, con el tiempo, cuando en el PSOE se vuelva a hablar de lealtad, convendrá hacer memoria. No fueron leales quienes callaron ante la corrupción o los abusos; quienes se escondieron en bultos más grandes para ocultar y beneficiarse de las pequeñas —y no tan pequeñas— fallas del sistema. Privilegiaron lo propio, lo individual, sobre lo colectivo de todos. No hay mayor deslealtad al partido. Tampoco fueron leales quienes confundieron la disciplina con el servilismo; y sí lo fueron quienes se negaron a blanquear lo inaceptable, aunque resultara incómodo, aunque les costase su puesto. Conozco a unas cuantas personas que fueron leales, y también a unas cuantas que no lo fueron. Algunos seguimos aquí, soportando la decepción sin vender la conciencia, manteniendo la fe y la esperanza en unos valores que otros cambiaron por trece monedas.
Aquí, en el suelo, sabemos que la lealtad no va de nombres propios, sino que está junto a la decencia. Y es eso lo que nuestros valores prometen representar. Y, cuando dentro de unos años se cuente esta etapa, se dirá con justicia: los leales no fueron los que aplaudían arriba, sino los que resistimos abajo, a veces con ruido, pero sobre todo con decencia.
DANIEL CAMPOS LÓPEZ / LINARES
Símbolos
Tiempo ha que la sociedad vasca ha normalizado que algunos símbolos, siempre los mismos, o diferentes pero unidos entre sí por un cordón umbilical invisible de afinidad que los entronca, sean ultrajados: cruces, banderas, partidos políticos, objetos publicitarios, etc., derruidos, mancillados, atacados con saña y objeto de mofa y befa. La perpetración de tales actos son la evidencia palmaria de la degradación en la que incurren quienes los cometen; no deja de ser irónico que gentes a quienes se les llena la boca con palabras como respeto, democracia, pluralidad, etc., se comporten con una actitud totalitaria, tal vez porque su aptitud las incapacita para transitar por la senda de la convivencia entre iguales que tanto predican. La historia muy reciente y lejana, de kilómetro cero o de otras latitudes, nos recuerda que grandes calamidades para la raza humana, tuvieron su génesis en actos aparentemente nimios, baladíes, triviales. El llamado homo sapiens tropieza dos veces y muchas más con la misma piedra; debemos preguntar y preguntarnos qué mano mece la cuna y arenga o se coloca de perfil ante el comportamiento de sus “pioneros”, cachorros, “Hitlerjugend”. Ojo avizor, nos lo jugamos todo.
FRANCISCO JAVIER SÁENZ MARTÍNEZ / lASARTE-ORIA
Teatro de medios, delincuencia conversacional
Hay quienes creen ser, dueños de las palabras por trabajar con ellas. Que se adentran en las casas sin teleprompter y sin alma, a opinar y a juzgar, a vender el zumo del dolor de los demás. Hay palabras mentiras, de ególatras en pedestales, disfrazados de publicidad. Teatro de los medios, delincuencia conversacional.
Hay personas pequeñas, desconocidas; para ellos, su vida no vale más que un anuncio de colonia. Se fueron pidiendo ayuda. Nadie lo ha dicho. Nadie quiere saberlo. Sociedad enferma.
Hay palabras entre desconocidos, que no duran más que una canción, pero irradian un eco perenne de bondad. La que había en los ojos de Rosmed. Y hay palabras que no salen de los labios, por ser impronunciables, brotan de los dedos al papel. Son gritos de silencio que estallan sin romper nada. Y sé, que no puedo cambiar los titulares de mañana. Mientras escribo, escucho a Eric Clapton, “Lágrimas en el cielo”.
JOSÉ MARÍA GARZÓN / JAÉN