Nuestro estilo “Jaén”

    31 jul 2025 / 09:06 H.
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    Recuerdo tiernamente la primera vez que escuché esta frase hecha: en la clase de Derecho Civil de nuestra Universidad. El término, que jocosamente culminaba una lección sobre la aplicación práctica, se hacía entender sin requerir más trasfondo o precisión que la que nuestros propios instintos querían captar. Estilo Jaén es nuestro modus operandi.

    Con el tiempo, sin embargo, curiosamente lo he visto usar de forma peyorativa. Como una crítica afilada. Sin gusto. Mi reivindicación, en cambio, es la de engalanar el término, que encierra un trasfondo cultural y una señal de resiliencia: el uso del ingenio y de los atajos para suplir la deficiencia de recursos que, como provincia, siempre hemos sufrido. Reivindicarlo es dignificar nuestra forma de salir adelante: con ingenio, con arte, y sin pedir permiso.

    CRISTIAN NEBRERA CLEMENTE / Jaén

    ¿Es un sueño?

    Anochecía. Parpadeaban las primeras estrellas mientras yo continuaba allí, sentada en una de las rocas más altas de un acantilado, esperando frente al mar que ocurriera lo que tanto tiempo deseé: el regreso del barco pesquero de mi padre a puerto. Se levantó una brisa agradable y fresca y, en menos que cantara un gallo, la mar se enfureció de tal manera que lanzó sus olas al viento para alcanzarme. A pesar de su furia, me mantuve firme y segura; cerré los ojos y la figura de mi padre apareció una y mil veces, como si fuesen una sucesión interminable de diapositivas: recuerdos inolvidables de vivencias gratificantes con él. De repente, el fuerte rugido del vendaval me despertó con sobresalto y, sin querer, asusté a un precioso gatito que dormía acurrucado a mis pies. Lo cogí y abracé fuertemente para tranquilizarlo, y otra vez me quedé adormecida.

    En mi mente afloró la imagen entrañable de una tarde espléndida, sin nubes, con el cielo azul y las gaviotas volando allá arriba, cerca del mar. Yo me encontraba acomodada en la arena mojada en la orilla de la playa, disfrutando de esa brisa marina que acariciaba suavemente mi piel y contemplando con expectación los barquillos que mecía el oleaje a lo lejos.  El bramido de la ventolera me sacudió con gran pujanza; temblé y, antes de precipitarme al abismo, advertí una cavidad en la piedra por la que me introduje rápidamente para resguardarme. En ese preciso momento recordé al minino y, al no verlo, lo llamé con desesperación. No tardé en escuchar sus maullidos como si fueran un eco lejano. Siguiendo ese rumor, me deslicé agachada y de rodillas por la tierra gruesa y me adentré gateando con dificultad en las profundidades de la cueva. Tras recorrer un larguísimo trecho —que se me hizo eterno— divisé una luz muy intensa que me cegó los ojos. A pesar de ello, continué sin temor y traspasé los límites de la vida. Impresionada, me levanté y descubrí un mundo nuevo: fantástico e increíblemente tranquilo y feliz, como si estuviera flotando en las nubes. Me sentí renacer en aquel hermoso lugar. Alguien se acercó... y lo reconocí: mi padre.

    ANA CACHINERO / Jaén

    Nostalgia y temperatura

    Cuando Joan Manuel Serrat cantaba aquello de “quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa...”, hablaba de un Mediterráneo vivo, azul, familiar, casi eterno. Ese mar que formaba parte del paisaje emocional de varias generaciones, un símbolo de pertenencia, de cultura, de raíz. Pero el Mediterráneo de hoy ya no es el de aquella canción. En los últimos 40 años, el cambio ha sido tan sutil como constante, tan lento como implacable. Hoy sabemos que la temperatura de sus aguas no deja de subir, que su equilibrio natural se tambalea y que ese mar que antes nos abrazaba, ahora da señales claras de asfixia. Lo hemos ido calentando poco a poco, como quien olvida una olla al fuego.

    Este proceso no empezó ayer. Llevamos décadas vertiendo en él no solo nuestros residuos físicos, sino también nuestra indiferencia y nuestra inercia. Se ha alterado la biodiversidad marina, los patrones climáticos y las actividades económicas que dependen de su salud. Las especies autóctonas sufren, los corales se blanquean, las medusas proliferan y la vida marina se adapta... o muere.

    La huella es también humana. Las costas se han urbanizado sin pausa. Las aguas se han contaminado, las temperaturas se han vuelto extremas. Y todo esto ocurre mientras el Mediterráneo sigue ofreciéndonos puestas de sol, canciones de infancia y vacaciones de postal. Pero debajo de esa superficie que aún parece tranquila, se gesta una crisis silenciosa. La canción decía: “Qué le voy a hacer, si yo nací en el Mediterráneo”. Y yo me pregunto: ¿Qué le vamos a hacer? Porque no basta con la nostalgia ni con las palabras bonitas. Necesitamos políticas ambiciosas, compromisos reales, una ciudadanía consciente. Necesitamos cuidar lo que decimos amar. Porque si dejamos que el Mediterráneo siga cociéndose a fuego lento, no solo perderemos un mar: perderemos una parte esencial de nosotros mismos.

    PEDRO MARÍN USÓN

    ¿Qué le pasa a Boca Juniors?

    Uno de los clubes más grandes de Argentina vive una de sus peores crisis. Lleva sin ganar desde abril y, lejos de hallar una solución, parece que la improvisación una constante. No sólo con traer a Paredes o Cavani basta para hallar la solución...

    FAUSTINO LASARTE GÁRATE

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