Momento para la reflexión

    17 abr 2025 / 09:40 H.
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    Hoy la humanidad, desmemoriada, inhumana y deshumanizada, debe cultivar como jamás la visión del alma y someterse a la operación mística del reencuentro. En consecuencia, hemos de hacer un alto en el camino, ya no sólo para adquirir aliento, sino también para tomar conciencia de lo que uno es y representa. Lógicamente, tampoco merecemos hundirnos cuando vemos muchas poblaciones, tan desfavorecidas como oprimidas, por la injusta pasividad de sus análogos y por la brutalidad de la violencia. En este sentido, los signos presentes nos llaman a la actuación como signo de esperanza, que ha de comenzar por conciliar miradas para reevaluar las alianzas globales, con latidos del corazón, que son los que objetivamente, nos ponen alas.

    Trabajar por la concordia, es fundamental. Que se callen los artefactos y dejen de causar destrucción y muerte, es un buen compromiso para reconstruir con valentía y diplomacia espacios de negociación, orientados a formar y a conformar vínculos de unión y de unidad. Los encontronazos no sirven para nada, sólo para generar división y activar absurdos frentes. Lo suyo es tender la mano y extender el abrazo, ante la inestabilidad y la incertidumbre presente. Por desgracia, aún no hemos aprendido a reprendernos para compartir con los demás, hasta nuestro propio entusiasmo. Urge, por lo tanto, que se trabaje por un porvenir más equitativo y fraterno. La desolación no puede gobernarnos, necesitamos recuperar la alegría de vivir y la satisfacción de desvivirnos por los demás. En efecto, porque nos falla el alma y nos sobran armas, no podemos conformarnos con sobrevivir. Amoldándose al escenario actual y dejándose satisfacer únicamente por objetos materiales, nos corrompemos. Tenemos un espíritu que requiere despertar cada día y hacer generación. Cada latido es un sueño más, que nos invita a sentirnos cercanos, pues todo nos afecta a todos. Desde luego, a poco que nos adentremos en lo que nos rodea, veremos que los dramas del empobrecimiento están ahí, en cualquier esquina, pueden ser nuestros vecinos. Resulta escandaloso que, en un mundo dotado de avances y recursos, sólo los disfruten algunos privilegiados. De hecho, a la hora de una actuación concreta; los excluidos, que casi siempre son víctimas no culpables, apenas reciben migajas. Olvidamos que los bienes de la tierra son para el ser humano, no para destruirse unos a otros, sino para dar subsistencia sin exclusiones. Si en realidad queremos hermanarnos, esforcémonos por remediar las causas que originan los calvarios indignos, tomemos esta santa semana
    como reflexión, cancelemos las deudas injustas y saciemos a
    todos los hambrientos.

    Precisamente es esta comunión plena de pulsaciones, la que nos humaniza y nos llena de felicidad, aunque estemos surcados por las lágrimas. Dejémonos transportar por esa nueva vida que todos llevamos mar adentro, volvamos al reino de la poesía para injertarnos el verso de la pureza, viviremos entonces sin dobleces, con la libertad de servir y de no servirnos de nadie. Sólo gracias a ese encuentro o reencuentro meditativo, lograremos ser rescatados de lo mundano. Tanto es así, que llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que hermanos, donantes a pulso abierto, sustentados bajo el aliento místico del afecto, que indisoluble lo justifica con la compasión, con una eterna novedad transmisora de luz y transformadora de bien. Con la vitamina del aguante todo se sobrelleva, es menester cultivarla, ponerse en espera para reponerse, esperando el instante precioso y preciso que aunados demandamos para ese cambio de actitud, que no requiere de una resistencia estoica al sufrimiento, sino que es fruto de un amor, que no es otro que el controlar nuestros instintos y refrenar las malas respuestas.

    VÍCTOR CÓRDOBA HERRERO / Jaén

    Ladrillo y canión

    Desde mi celda, donde la monotonía del encierro se entrelaza con la sinfonía de la soledad, mis dedos tamborilean sobre los barrotes, arrancando de este lugar notas que se alzan en el silencio. Esta es mi casa, la casa de música. Está hecha de ladrillos y tierras musicales. Si se golpean las paredes con un martillo, dan todas las notas posibles. Sé que hay un do sostenido en la pared donde está colocado el diván. La puerta, estupenda y átona, es electrónica: con sólo rozarla con los dedos se obtienen los sonidos de la Nono-Berio-Maderna, capaces de hacer delirar. Pero no se trata sólo de una casa; hay todo un pueblo musical que tiene la casa-piano, la casa-xilofón, la casa-trombón.

    Un pueblo orquesta. Por la tarde, los habitantes, tocando sus casas, hacen entre todos un precioso concierto antes de irse a dormir.

    Y de noche, mientras todos duermen, aquí estoy yo, el prisionero en mi celda, tocando los barrotes, soñando con mi libertad y la melodía que un día me llevará más allá de estas paredes sonoras. Soy el compositor de esta sinfonía de ladrillo y canción, en búsqueda constante de una fuga perfecta, aunque solamente sea en mi imaginación.

    ANA CACHINERO / Jaén

    Un sinvivir por la vivienda

    Las muchas y nutridas manifestaciones de este domingo en España revelan que, a pesar de la ausencia de los ya desesperados o temerosos de ser reconocidos (abundaban en ellas las gafas oscuras) el vital derecho a techo es cada vez menor. En el último decenio el precio del alquiler en seis de diez vecindarios supera el 50%; máxime en Madrid, Cataluña, Andalucía y Canarias. La generación anterior tuvo que luchar mucho dos años para recobrar parte de sus derechos. ¿Qué hará ésta, en una situación, en conjunto, peor?

    DIEGO MAS

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