Corrupción en el Ayuntamiento

    04 abr 2022 / 16:33 H.
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    Por fin vuelven a las calles. De nuevo, la Semana Santa se sentirá y vivirá como nunca, como antes, como siempre. Tras la pandemia, este 2022 será recordado como el año en el que los pasos procesionales volvieron a las calles, las bandas musicales hicieron acopio del mejor sonido para lograr acompañar a esas imágenes, y los jiennenses volverán a salir de sus casas para vivir con fe y devoción todo lo que supone una Semana Santa de mucha fuerza. Ahora, solo toca desear y esperar que la situación no se descontrole ni existan problemas derivados de la pandemia. Esperemos que todo funcione de forma correcta porque las ganas y la ilusión están a flor de piel durante estos minutos previos.

    Empatizo y comprendo la inmensa esperanza del enfermo al que trasplantan el corazón o el hígado de un cerdo modificado genéticamente, y la de sus familiares y amigos. La prensa lo califica sin ambages de éxito, hito o avance; pero sabiendo, aunque alguien lo dude, que los animales sufren y sienten igual que nosotros, ¿han pensado en los sentimientos de estos animales y los que esperan —en qué condiciones— a ser inmolados? Me argüirán que usarlos para el avance de la investigación biomédica está justificado por los beneficios que aportan; pero... si nos proclamamos seres superiores, ¿ese título nos autoriza a explotar y utilizar a un inferior sin ningún escrúpulo para propio beneficio? ¿Qué opinarían de unos alienígenas mucho más evolucionados que experimentarán y comerciarán con nuestros órganos? Otra cuestión, ¿quién posee más vida, un elefante, una hormiga o tal vez el hombre? ¿Cuál tiene más derecho a la existencia? Lo dijo Gandhi: “En mi mente, la vida de un cordero no es menos preciada que la de un humano”. Si no somos capaces de mejorar el destino de la humanidad dejando de comer animales, como preconizaba el filósofo H. D. Thoreau, o de usarlos con fines médicos, al menos obliguemos a que sean tratados de manera digna desde su nacimiento hasta su eliminación... que vean el sol... que respiren al aire libre... que se alimenten con su comida natural, etcétera. Quizás, aprendiendo a amar a los más débiles, aprendamos a amarnos a nosotros. Y así, mientras caminamos por la senda del respeto entre los seres que habitamos esta mota cósmica, esperemos que pronto acaezca ese día anunciado por Leonardo Da Vinci en que los hombres consideremos el asesinato de los animales como el de nuestros semejantes.

    Por el hilo se saca el ovillo multimillonario del robo con violencia a los madrileños, a partir de un hecho nuevo, pero al parecer normal: las multas a unos coches estacionados en el carril interno del último bloque de la calle Virgen del Sagrario, a pesar de que ambos carriles desembocan sólo en una calle de un solo carril, por lo que ese carril no debiera ser tal, sino lugar de estacionamiento. ¿Es esto un error? Sí, pero error del que crea que quien se equivoca es el Ayuntamiento de Madrid. Se trata de un plan maquiavélicamente elaborado con una constructora (en realidad, como explico de inmediato, una destructora) para lucrarse indebidamente de sus conciudadanos, como dicha constructora ha hecho incluso con el Canal de Panamá. En efecto: ella excavó aquí, a pesar de las protestas vecinales, un garaje de tres enormes huecos, cuyas plazas nunca ha podido vender; hueco excesivo que hundió durante su construcción a varios comercios de la calle, que tuvieron que cerrar para siempre, y que incluso rajó nuestros edificios. Pero, lo cierto, es que todo no quedó solamente ahí y los problemas prosiguieron debido a estas decisiones. Más aún, ese perverso plan destruyó un gran número de lugares de aparcamiento público, para obligarnos a centenares de vecinos a pagar 14.000 euros sólo por alquilar durante cuatro décadas su, repito, su siempre propio garaje, mientras que ahora resulta más difícil a todos aparcar en la vía pública en nuestro día a día en las calles aledañas. Las multas de hoy son, pues, sólo, un método más del actual Ayuntamiento para trasquilar o incluso despellejar a unos madrileños incapaces de unirse para echar a esos especialistas en negocios sucios, privados o políticos, o incluso capaces de votarles. Así estamos.

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