50 años de democracia

    18 dic 2024 / 09:06 H.
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    Recuerdo un mes de febrero, hace ya muchos años, observar a las cigüeñas anidando en lo más alto del campanario de la iglesia del pueblo donde vivía por entonces. Me resultaba fascinante observarlas, y me sentía alguien diminuta ante aquellos pájaros tan majestuosos, de plumaje blanco y negro, y cómo elegían un sitio tan particular y no otro. Por eso, cada año, por esas fechas, ansiaba la llegada de las cigüeñas al campanario para mirarlas pasmada. Anhelo su regreso, anhelo la presencia de aquellas aves tan impresionantes, tan inofensivas, cada año emigraban de un lado a otro, se las consideraban migratorias. ¿Volverán algún día? Recuerdo que una vez alguien me preguntó si los pájaros que viajan a lo largo de la misma ruta cada año se sienten nostálgicos por los lugares que visitan. La pregunta resonó en mi mente, no porque tuviera la certeza de que los pájaros experimentan la nostalgia de la misma manera que los humanos, sino porque me hizo reflexionar sobre el propio concepto de nostalgia y el significado que le damos a los lugares. A lo largo de nuestras vidas, todos tenemos nuestras rutas migratorias, destinos a los que volvemos una y otra vez, ya sea físicamente o en nuestros recuerdos. Esos lugares, cargados de memorias y emociones, se convierten en hitos en nuestra existencia, puntos de referencia en el vasto mapa de nuestra vida. Pienso en cómo los pájaros, con sus pequeños corazones latiendo al ritmo de las estaciones, deben sentir de alguna manera la familiaridad de los árboles que reconocen, los ríos que cruzan, y los cielos que los cobijan. Tal vez no es nostalgia lo que sienten, pero sí una forma de reconocimiento, una conexión con el ciclo perpetuo de la naturaleza. Nosotros, al igual que ellos, volvemos a ciertos momentos y lugares buscando algo familiar, algo que nos haga sentir en casa, aunque solo sea por un instante. Y en ese acto de recordar, encontramos una pieza de nosotros mismos que quedó atrás, un eco de lo que fuimos y de lo que aún somos.

    Cuando las campanadas de fin de año anuncien la llegada de 2025 dará paso a un señalado aniversario. El 50 aniversario de la desaparición de un personaje que forma parte de la historia contemporánea de este país. Se trata del jefe del Estado que permaneció en el poder casi 50 años. Su nombre Francisco Franco. Una persona que, como todo mandatario, sea del signo ideológico que sea, tuvo sus partidarios y detractores. Obtuvo simpatías y rechazos. Lo más llamativo de este jefe de Estado es que, después de cinco décadas fallecido, la izquierda de este país le recuerde de manera muy destacada, incluso se le utiliza como estrategia política contra la oposición. Un hecho que destapa de manera clara y contundente la nula gestión política de esta izquierda que nos gobierna. Creo que los ciudadanos de este país conocen y saben quién fue Franco. De lo que hizo y dejó de hacer. Es un personaje amortizado para la política actual. Solo es válido para la historia. Para que los historiadores investiguen la trayectoria del personaje y de esta manera poder conocer un episodio importante de España.

    La financiación autonómica debería ser, a mi entender, igual para todas las comunidades autónomas. Un modelo sin discriminaciones, como ocurre en el modelo actual con el País Vasco, Navarra, y lo que se pretende con Cataluña. Un modelo único para todas donde prime la igualdad, la solidaridad y la austeridad, buscando el bien común y el verdadero progreso para todos. Un modelo donde se consiga el equilibrio presupuestario en todas las administraciones públicas, buscando incluso, si fuera posible, el superávit de las cuentas públicas.

    Querer celebrar en 2025 los 50 años de democracia quizá sea prematuro. Recién se empezaban a celebrar los funerales por las víctimas de una catástrofe respetando sus posibles creencias y nuestra Constitución; pero ahora se vuelve a ignorar la que pudieran tener los cientos de víctimas de la catástrofe valenciana, al honrar su memoria sólo en un templo católico; y eso cuando ya la mayoría de los españoles declaran no ser miembros suyos. En democracia, pues, vamos, como los cangrejos, para atrás.

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