¿Ovejas o lobos?
Decía el eminente divulgador científico Carl Sagan, allá por la década de los ochenta, que vivimos en un mundo dominado por la ciencia y la tecnología en el que casi nadie sabe nada de ciencia ni de tecnología. Esto es tan evidente como lo es que se trata de una fórmula segura para el desastre y la falta de futuro. Si preguntamos, a cualquier ciudadano de a pie que cómo funciona una televisión, seguramente se encoja de hombros, o nos dirá que enchufándola (mejor no preguntar por qué hay electricidad en el enchufe o incluso qué es la electricidad) o en el mejor de los casos, tendremos una remota y confusa explicación que contendrá algo tan misterioso como la palabra “ondas”. Incluso hace no tanto tuve en mi trabajo una charla con una serie de jóvenes a punto de obtener un grado universitario en Ciencias... que no sabían, ni siquiera a grandes rasgos, cómo funcionaba un coche. Hablamos de inventos que están en nuestro día a día y que han cambiado nuestro mundo más que muchos acontecimientos históricos, no de objetos místicos y misteriosos. Si yo digo en voz alta que El Quijote fue escrito por William Shakespeare, posiblemente reciba mofa de todos los que me escuchen, aunque posiblemente muchos jamás hayan devorado las páginas donde se desgranan las aventuras de Don Alonso Quijano, pero si a continuación a mi mismo auditorio pregunto que quién formuló las leyes fundamentales del electromagnetismo, seguramente se produzca un silencio denso en la sala, aún cuando podríamos apostar, sin riesgo a errar, a que todos los presentes llevan en su bolsillo ese milagro maxwelliano que es un teléfono móvil. Hace poco, un conocido e inteligente humorista quiso hacer una broma de cara a la parroquia diciendo que, a sus muchas décadas de vida, todavía estaba esperando saber para qué sirven aquellas raíces cuadradas con las que sufrió en el colegio. Y la gente se rio. Yo no veía la gracia, literalmente, no veía el chiste. Las raíces cuadradas (y el número pi, y las funciones exponenciales, y los logaritmos, y las derivadas y las funciones logarítmicas...) son la base imprescindible que hay detrás de ese TAC que salva la vida a un ser querido al detectar un mal cuando todavía es operable, que nos hace hablar con nuestros hijos o verlos aunque estén al otro lado del planeta o que nos hace estar calientes en invierno o frescos en verano. Es por esto por lo que, en medio de tanta ignorancia que ni siquiera tiene conciencia de serlo, es un auténtico gusto encontrar entre las páginas de Diario JAÉN la sección el Ágora de Thales, del profesor Francisco Haro Laguardia, que emerge entre, por ejemplo, políticos intercambiables y que se creen mucho más importantes de lo que son, para recordarnos que lo que la auténtica interpretación del mundo está en los números, que son posiblemente la más humana forma de inteligencia. Por ejemplo, ¿ha pensado alguna vez, querido lector, por qué imaginamos el mundo en base 10? ¿Por qué contamos 10, 100, 1.000... en lugar de empleando otras cifras? La respuesta está, literalmente, en sus manos. Y a partir de ahí, interpretamos el universo de una forma en la que el hombre encaja en él. Felicidades por dicha sección.
Es un placer comunicarles que son muchos los vecinos del barrio de San Ildefonso y zona próxima a la Alameda que me preguntan por las obras de este nuevo ambulatorio. Puedo confirmarles que por internet he comprobado que con fecha 8 del pasado noviembre, viene un escrito que indica que: “La Consejería de Salud y Familias invertirá 7 millones de euros en el futuro Centro de Salud Alameda, en los terrenos del antiguo Campo Hípico de Jaén”. Espero y deseo que se inicien pronto las obras y sería algo digno para Jaén, el que junto al ambulatorio se hiciera también una residencia para personas mayores, precioso lugar, cuyo terreno está abandonado desde hace varios años.
Está en nuestra condición humana pertenecer a un rebaño o a una manada. Desde que tenemos uso de razón tomamos decisiones que inclinan la balanza hacia uno de los lados. ¿Lobos u ovejas? ¿Verdugos o víctimas? A todos nos gustaría acabar con las guerras, la violencia de género, corrupción, bullying, abusos sexuales, pandillas juveniles... Pero a la hora de la verdad, se mira hacia otro lado para evitar problemas. Sólo a veces, algunas ovejas descarriadas se arman de valor (o de inconsciencia), pero no es lo habitual y por eso suelen ser noticia. Evidentemente, hay muchas más ovejas que lobos, son la carne de cañón en todos los conflictos, las primeras en caer, el rebaño resignado que obedece órdenes sin rechistar. Mientras, la manada de lobos permanecerá segura en la guarida protegiendo a sus lobeznos. Cuando pase el peligro, saldrán como carroñeros a recoger sus medallas. Todavía estamos a tiempo de cambiar las cosas, que cada oveja sea libre y paste a sus anchas; con pensamiento crítico, sin dogmas ni líderes. Aunque hay un problema: cuando en una fila de 100 “ovejas” se dice que den un paso al frente las que tengan madera de líder, nadie dará un paso adelante, pero 99 retrocederán un paso. Por eso, lobos y ovejas somos culpables, porque entre todos creamos los monstruos. Deberíamos analizar con detenimiento las consignas y dudar de todo (incluso de esta carta). Sólo es la opinión de una simple oveja que sueña con salirse del rebaño.