Por Ucrania rezando y con
el mazo dando

    27 ene 2022 / 16:31 H.
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    Hoy, el mundo celebrará el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto para recordar a las víctimas del nazismo. Los nazis dirigieron su terror asesino hacia millones de personas por razones biológicas, nacionales o políticas, pero pocas personas saben que entre las víctimas del nazismo se encuentran miles de testigos de Jehová que sufrieron por su fe. Los testigos de Jehová, conocidos entonces también como los Estudiantes de la Biblia, “fueron el único grupo en el Tercer Reich que fue perseguido únicamente sobre la base de sus creencias religiosas”, como afirma el profesor Rober Gerwarth. Según la historiadora Christine King, el régimen nazi calificó a los Testigos como “enemigos del Estado” por “su rechazo público a aceptar incluso los elementos más insignificantes del nazismo, los cuales no encajaban con su fe y creencias”. Por motivos religiosos, los testigos de Jehová eran políticamente neutrales, y se negaron a hacer el saludo Heil Hitler, a participar en actos racistas y violentos o a alistarse en el ejército alemán. Además, “en sus publicaciones denunciaban públicamente las maldades del régimen, incluyendo lo que estaba ocurriendo con los judíos”, apunta King. Los Testigos fueron de los primeros en ser enviados a los campos de concentración, donde llevaban un símbolo en el uniforme que los identificaba: “el triángulo púrpura”. Más de una tercera parte de los 35.000 testigos de Jehová que vivían en la Europa ocupada por los nazis, sufrieron una persecución directa. La mayoría fueron arrestados y encarcelados. Cientos de sus hijos fueron llevados a casas nazis o a reformatorios. Cerca de 4.200 Testigos fueron enviados a campos de concentración. Una autoridad destacada en la historia de la Alemania nazi, Detlef Garbe, escribió: “La intención expresa de los dirigentes nazis era eliminar completamente a los Estudiantes de la Biblia de la historia de Alemania”. Se calcula que unos 1.600 testigos de Jehová murieron, 370 de los cuales fueron ejecutados. Los nazis intentaron romper las convicciones religiosas de los Testigos ofreciéndoles la libertad a cambio de un juramento de obediencia. La norma Erklärung (publicada a partir de 1938) exigía que el firmante renunciara a su fe, denunciara a otros Testigos a la policía, se sometiera plenamente al gobierno nazi y defendiera la “patria” con las armas. Los funcionarios de las prisiones y los campos a menudo utilizaban la tortura y las privaciones para obligar a los Testigos a firmar. Según Garbe, “un número extremadamente bajo” de Testigos se retractó de su fe. Geneviève de Gaulle, sobrina del general Charles de Gaulle y miembro de la Resistencia Francesa, dijo sobre las mujeres testigos de Jehová prisioneras en el campo de concentración de Ravensbrück: “Algo que admiraba mucho de ellas era que podían haber salido en cualquier momento con tan solo firmar un documento abjurando de su fe. A la larga, estas mujeres, en apariencia tan débiles y extenuadas, resultaron ser más fuertes que la SS, que disponían del poder y los medios. Su fuerza residía en su férrea voluntad que nadie pudo vencer”. El fracaso de la coacción nazi, en el caso de los testigos de Jehová, contrasta con la conformidad generalizada de la sociedad con los objetivos nazis antes y durante el Holocausto. La resistencia pacífica de gente común contra el racismo, el nacionalismo extremo y la violencia merece una reflexión profunda en este Día Internacional de Conmemoración del Holocausto.

    El Papa ha pedido un día de oración para evitar la guerra en Ucrania. Rezar está muy bien, pero no hay que tentar a Dios. “A Dios rezando y con el mazo dando”. Los buenos cristianos deben informarse bien del problema, sacrificándose, como para orar, también para comprender su importancia y estimularse a rezar más y mejor y dar razones a los demás para que ayuden por todos los medios adecuados a conservar la paz. Ucrania, de extensión y población parecidas a las españolas, fue durante siglos el Estado mayor y más poderoso de Europa, hasta ser destruida su capital, Kiev, por lo mongoles, en 1256. Reunificada siglos después con regiones vecinas, formó desde 1721 parte, entonces muy importante, del imperio ruso. En dos periodos su lenguaje fue discriminado y una porción de su pueblo expulsado a países lejanos para disminuir su poder. Tras la Revolución de 1917, formó parte de la URSS hasta su disolución en 1991, firmando entonces un pacto de separación con Rusia, aprobado en referéndum por más del 90% de los votos, cuando el 17% se identificaba como de etnia rusa y el 30% tenía el ruso como lengua materna. Conspiraciones para la reunificación provocaron disturbios que aprovechó Rusia para apoderarse de Crimea, lo que le hizo acercarse más a Europa y tener hoy 1,2 millones de soldados, el tercer ejército en Europa, firmando en 2016 con la UE un Acuerdo de Libre comercio y buscando entrar en la OTAN, como desea también Biden, con su prestigio por los suelos al iniciarse 2022. Por su parte, Putin, que ya ha visto como posible amenaza ingresar en la OTAN a otros países limítrofes suyos y desea reforzar su prestigio ampliando su ocupación de Crimea, cree ser este un momento ideal para apoderarse de algunas otras regiones de Ucrania vecinas a Rusia, donde ya cuenta con importantes partidarios. Esos grandes y opuestos intereses impulsan hoy esta grave amenaza para la paz.

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