El fanatismo se paga muy caro

    17 ene 2022 / 16:52 H.
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    Durante el mes de abril, del año pasado, las imágenes de gente muriendo en las puertas de los hospitales de la India, colapsados y sin reservas de oxígeno, dieron la vuelta al mundo. Muchas personas con síntomas severas de covid-19 se desplazaban de un hospital a otro sin que nadie les pudiera atender, una situación dantesca, de una gravedad extrema, y que nadie podía afrontar. Esta situación llevo a la muerte agónica a miles de personas. La India llego a registrar 4000 muertes diarias. Posteriormente se esperaba otra segunda ola provocada por la llamada “variante India” que era visiblemente más letal. Muchas personas requerían oxígeno, y el hospital de la Fundación Vicente Ferrer no estaba preparado para dar una respuesta adecuada. Por lo tanto se organizó un llamamiento a la sociedad civil para comprar, al menos, un generador que permitiera autonomía para suministrar oxígeno a sus pacientes, y se consiguió el nuevo generador, que proporcionaba hasta 500 litros de oxígeno al minuto, garantizando la autonomía al centro. La Fundación Vicente Ferrer pudo comprar tres generadores, dado que se consiguió una alianza entre 3 ONG para ello y para enviar este avión con la carga hacia la India, partido el 8 de mayo desde Barcelona con destino a Bangalore. El grito de socorro: “Oxígeno para la India” hizo posible el milagro, y gracias a ello se salvaron miles de vidas humanas. Y es que el corazón generoso da vida, el corazón que ama: busca y encuentra resortes para que estos milagros se hagan posible. La apatía, el encogimiento de hombros, él ya lo harán otros, o no es cosa mía, son las respuestas más frecuentes propias de una sociedad enferma y paralizada para la generosidad. Para mucha gente los demás no cuentan, y mi euro es mi euro y no lo comparto. Pero, como en este caso, también hay muchas personas con generosidad desbordante, que se dan con autenticidad, y que hacen lo que pueden y en muchos casos aún más. Yo no tengo por menos que elogiar esta actitud qué hizo posible, en la India, el milagro. Ese bello milagro de la vida.

    Es paradójico que, en la actualidad, la comunidad más adinerada de España, la que por su capitalidad atrae empresas y riqueza, es la que tras décadas de gobiernos de derecha con bajadas impositivas a sociedades y ricos —migajas al resto—, menos invierte en educación y sanidad a lo largo de estos años —ambas a la cola en inversión por habitante y año de España y más de 800.000 pacientes en lista de espera—. De nuevo, su presidenta Ayuso —Casado también se sube al carro— utiliza el mantra “del reparto arbitrario” de los fondos europeos y “del maltrato en los presupuestos” y pide que “la reforma de la financiación no suponga un agravio para Madrid”, al tiempo que, para mejorar su paraíso fiscal, se aprovecha de su privilegiada singularidad, y anuncia cada semana más bajadas de impuestos por pura y dura ideología neoliberal en lugar de mejorar servicios para la población a nivel general. Como gran nacionalista populista, alimenta la llama del victimismo denunciando que otras comunidades reciben más que Madrid y solicita recibir más dinero. ¿Para qué? ¿Para bajar más los impuestos? ¡Venga ya! La solidaridad entre regiones es algo que contempla nuestra Constitución y, en base a ello, la más rica debe aportar más. No se preocupe, señora Ayuso, no habrá agravio. Tan solo justicia fiscal constitucional. Al menos eso espero; porque usted sí que maltrata a toda España y a los madrileños no acaudalados.

    Cuarenta y cinco muertos y ciento cincuenta heridos, de momento, es resultado de la estampida de un acto religioso judío en un lugar de Palestina (hoy, Israel) que ya hace catorce (14) años los inspectores quisieron prohibir porque era peligroso. Pero los judíos más extremistas, los jaredíes, poco a poco van ocupando el poder y parece que poco les importa. Se dice que su creciente influencia se debe a su gran natalidad, que ha hecho que se triplique su número. Pero la verdad es que son la única “justificación” del Estado de Israel: la aplicación estricta de un libro, escrito en su favor por ellos mismos, en que, proyectando en el cielo “su imagen y semejanza” su espíritu, el único válido para ellos, llegan a autoconvencerse que un territorio habitado por otros es, en realidad, su “tierra prometida”, pudiendo pues, como obra piadosa, —“Dios lo quiere” debieron exclamar ya—, matar a quienes se opongan con respecto a este pensamientos y estos ideales que ellos tienen, así como a sus mujeres y niños, como siguen haciendo hoy con los palestinos. En esa “guerra santa” a veces perecen ellos por su fe ciega y sus imposiciones, como ahora en esa ceremonia temeraria; pero, con más saña si cabe, siguen matando más, ayudados incluso por otros fanáticos que no tienen tampoco ningún tipo de límites y que aprovechan esta situación también o simplemente aparecen en el tablero y como personajes una serie de necios de otros países que ni siquiera profesan esas cruelísima e incivilizada doctrina contraria a los más elementales derechos humanos, pero que les conviene apoyar de alguna forma.

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