La cultura del cuidado; como horizonte de tranquilidad

    22 ago 2025 / 09:18 H.
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    El ser humano cada vez requiere más del humano ser; pues, aunque el alimento es necesario, hay alientos como el amor y los miramientos que son imprescindibles, para reencontrarnos y salir de la tristeza. Indudablemente, la atención entre nosotros es esencial para cada filiación y cada comunidad. Precisamente, la revolución consiste en visibilizarlo, valorizarlo e invertir, ya no sólo en entendernos, incluso en atendernos mutuamente. No olvidemos jamás, que, si decimos que el asistido es un derecho humano, significa que todos los gobiernos, con sus respectivas instituciones, deben brindar apoyo total. Desde luego, es fundamental, hacernos cargo los unos de los otros e igualmente de la creación, para construir y reconstruirnos en una sociedad sustentada en relaciones de fraternidad.

    Avivar el culto de la estima por el análogo, es la mejor vía para la concordia, además de erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que es lo que suele prevalecer hoy en día. Por consiguiente, cultivar la custodia de la propia existencia y de nuestras relaciones, es inseparable para generar atmósferas armónicas que nos harán, cuando menos individuos más comprensivos con el alivio de todas las necesidades humanas. Porque, la persona, debe significar en nuestra vida comunión y comunidad, no individualismo; también inclusión y no exclusión, ya que todos los miembros tienen la misma dignidad. De este decoro o decencia derivan los derechos humanos, al igual que las obligaciones, recordándonos la responsabilidad de acoger y amparar.

    Por desgracia, nuestras sociedades en sus diversos entornos se están acostumbrando, con demasiada frecuencia, a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido social, como pueden ser nuestros mayores y niños, sea marginada y olvidada. Frente a esta situación, es justo un cambio de mentalidad, que refrende un hacer conjunto más responsable. El amor auténtico jamás envejece; y, aunque nuestro físico se vaya deteriorando, el pulso interior se renueva en cada amanecer. Esto implica, activar el acompañamiento y no dejar a nadie en el camino de la dejadez. Al fin y al cabo, todos vamos en la misma barca, en la que estamos llamados a remar juntos, porque nadie se salva por sí mismo. Tampoco ningún país aislado puede asegurar el bien común a su gente.

    El horizonte de la tranquilidad lo injerta un espíritu más adherido, de auténtica pasión por el similar, no como un sentimiento indeciso, sino como una determinación firme y perseverante; que, por supuesto, nos ayudará a encontrar una respuesta a quiénes somos y por qué vivimos, o existimos en apoyo continuo. A veces pienso, que nuestra mayor enfermedad, radica en no sentirse querido por su parentela, desamparado y sin vigilancia por parte de nadie. No vayamos contra el soplo innato que hace de nosotros algo único, comenzando por quererse uno a sí mismo para poder querer a los demás. Tengamos corazón; y, en lugar de mirar al abismo, donde nos veremos cómo aberración, tomemos la cumbre del mejor deseo, el del afecto, con la brújula reconciliadora del verbo.

    Asimismo, hay que tomar como lenguaje en esa cultura del abrazo sincero, el respeto al derecho humanitario, especialmente en este momento en que los conflictos y las guerras no cesan. Cuidado con no cuidar este cuidado. Se destrozan todos los vínculos, las gentes se ven obligadas a huir, dejando atrás no sólo sus hogares; sino, de igual forma, la historia natural y la raíz ilustrativa. Esto es nefasto, la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad, donde se aprende uno a reprenderse, viviendo en relación y desviviéndose por auxiliarse entre sí. En efecto, es esta preocupación conjunta, de aceptación entre análogos, lo que nos hace crecer hacia un nuevo horizonte de luz y paz. La sapiencia del velado, sin duda, es la lingüística del alma.

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO

    ¡Qué vergüenza de embajador!

    Con esa exclamación, y un “¿estás loco?” el periodista del principal programa radial argentino interpeló a su embajador en España, W. Bunge. Lo criticó con toda razón, porque éste, al participar en Cádiz en un homenaje a San Martín, terminó con un “¡viva España, viva el rey, viva la libertad!”. ¡Si hasta el Gobierno español hace muchos años ya que no se atreve a encuestarnos sobre la monarquía, porque sabe que ya la rechazamos aquí también! Los españoles queremos otro embajador más ilustrado, de carrera y no empresario como éste, y despedir también a esta monarquía que tanto daño nos ha hecho manteniendo la herencia franquista y gastando, e incluso robando, nuestro dinero. ¡Viva el rey... en el exilio!

    DIEGO MAS MAS / MADRID

    El fuego físico y el político

    Los incendios han adquirido este año una especial gravedad, que la ONU acaba de advertir que puede incluso aumentar en el futuro, por el acelerado cambio climático. Dado nuestro tan inestable equilibrio entre Gobierno y oposición, esto ha provocado un fuego cruzado entre ambos. El Gobierno afirma que ninguna Autonomía ha pedido el paso de alarma al grado tres, que le implicaría. La oposición responde que eso no significaría contar con más medios. El Gobierno señala que el Ejército sí podría facilitar ciertas ayudas, como para los desplazamientos, y que no se le pide para no reconocer la propia incompetencia. A la ciudadanía, dada la gravedad del tema, le interesa tenerlo en cuenta para cuando pueda elegir de nuevo, quizá ya pronto, al Gobierno mejor o menos malo posible.

    JAUME MIT PAU / Bbarcelona

    Los paraguas veraniegos

    El último accesorio de moda no es un smartwatch ni unas gafas inteligentes: es el paraguas... para el sol. Ese invento que hasta hace poco asociábamos a turistas japonesas, damas victorianas y películas antiguas ahora empieza a desplegarse en paseos marítimos y terrazas, como si la sombra se hubiera vuelto artículo de lujo. Los rayos UVA actuales ya no broncean: intimidan. El bronceado dorado de postal de los años 80 se está convirtiendo en un certificado de envejecimiento prematuro. Por eso los cochecitos de bebé viajan con toldos que parecen búnkeres móviles y los adultos salimos a la calle como procesiones portátiles, armados con sombreros, gafas... y, desde este verano, paraguas parasol con su correspondiente protección solar. Pero la duda persiste: si el sol es la principal fuente de vitamina D, ¿estamos cambiando la salud ósea por la piel de porcelana? Tal vez la moda del futuro sea competir por quién luce el tono más níveo, como si en vez de vacaciones en la playa hubiéramos pasado agosto en una cámara frigorífica. La sombra ya no es cobijo: es símbolo de prudencia. Y en un mundo de rayos cada vez más intensos, el paraguas de verano dejará de ser extravagancia para convertirse en el accesorio imprescindible... justo antes de que empecemos a vender la vitamina D en cápsulas, con sabor a playa.

    PEDRO MARÍN USÓN / ZARAGOZA

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