Fascismo y guerras
Fascismo y guerras
Más de la mitad de los españoles cree que nos abocamos a la Tercera Guerra Mundial. Y, por el auge del fascismo, tal vez no estén desencaminados. Siempre que el fascismo crece, como ahora, se forja un evidente vínculo con la guerra que refleja la naturaleza expansionista y violenta de esta ideología que se nutre del autoritarismo, el nacionalismo extremo, el militarismo y el rechazo a las democracias liberales, lo que lo hace propenso a la guerra y la confrontación. En conflictos actuales, o del siglo XX, por todo el mundo, la influencia de regímenes autoritarios con tendencias fascistas o neofascistas ha sido incuestionable. En muchos de estos casos, las guerras no solo estuvieron motivadas por intereses territoriales, sino también por la imposición de un orden político basado en el control total, el rechazo a la pluralidad y la justificación de la violencia como un medio legítimo para lograr sus objetivos. Así, la relación entre los conflictos bélicos y el ascenso del fascismo es una constante de la historia moderna, marcada por la propensión de los regímenes fascistas a utilizar la guerra como instrumento para imponer su ideología, expandir su poder y destruir a quienes perciben en su imaginario como enemigos, ya sean internos o externos. Este vínculo no solo se limita a grandes guerras, sino que se extiende también a conflictos locales, en los cuales el fascismo busca la hegemonía a través de la confrontación y la violencia. Así que, si usted vota fascista, sepa que vota un sí a la guerra, un sí al asesinato de seres próximos y queridos... Claro que teniendo en cuenta que si los españoles fuéramos ratones muchos votarían al gato...
MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON
Incertidumbre: la canción de moda
Las cifras oficiales, tanto a nivel nacional como europeo, muestran una recuperación económica que muchos ciudadanos no logran percibir. Si nos centramos en el empleo, es cierto que ha aumentado el número de cotizantes a la Seguridad Social. Sin embargo, ¿hasta qué punto esto se traduce en bienestar? Cerca del 50% de los trabajadores enfrentan serias dificultades para llegar a fin de mes, y un número creciente se ve obligado a tener más de un empleo para garantizar unos ingresos mínimos que les permitan vivir con dignidad. Esta situación no es nueva. La crisis del acceso a la vivienda persiste y se agrava: sólo en el primer trimestre del año, el precio de la vivienda ha aumentado más allá del 12%. A ello se suma una creciente desigualdad, especialmente preocupante en la infancia, y un malestar generalizado que no se resuelve con datos macroeconómicos positivos. En Europa, crece la desafección hacia el proyecto común. La sensación de vulnerabilidad, de falta de horizonte, se instala en los hogares como una presencia constante. La incertidumbre, en efecto, parece haberse convertido en la banda sonora de nuestro tiempo. A esto se suma la división política. La reciente reunión de los presidentes autonómicos ha evidenciado no solo desencuentros entre regiones, sino también la incapacidad de convertir el diálogo político en respuestas eficaces a las demandas sociales. Las prioridades ciudadanas —salarios dignos, vivienda accesible, servicios públicos robustos— siguen esperando respuestas. Como sociedad, necesitamos algo más que diagnósticos: hace falta voluntad política, acuerdos duraderos y políticas que lleguen al día a día de las personas. Mientras eso no ocurra, seguiremos escuchando, mes tras mes, la misma melodía: una canción llamada “Incertidumbre”.
PEDRO MARÍN USÓN
La huella de la redención
Aarón, un hombre viudo, egoísta y vanidoso, vivía solo en una pequeña cabaña junto a un lago. Su existencia transcurría en la más completa soledad. Una noche, un estruendo lo despertó de su letargo. Intrigado, se asomó a la ventana, pero la oscuridad solo le devolvió el reflejo de la luna sobre las aguas inmóviles. Impulsado por la curiosidad, salió a la intemperie y se internó en la noche, decidido a descubrir el origen del misterioso ruido. Sin rumbo fijo, vagó entre sombras, enfrentando obstáculos que lo hicieron perderse por completo. Cayó en zanjas, tropezó con piedras y, en un momento de desesperación, tuvo que aferrarse a un dique para no hundirse en el lago. Exhausto y desorientado, consiguió regresar a su refugio. A la mañana siguiente, el canto de los pájaros y la luz del alba lo despertaron. Al mirar hacia el lago, una imagen inesperada lo dejó sin aliento: el rastro de su caminar nocturno había quedado impreso en la arena, dibujando con sorprendente precisión el perfil de una cigüeña. Conmovido por la belleza y el simbolismo de aquella figura, Aarón se sumió en una profunda y meditada reflexión. La cigüeña —símbolo de maternidad, cuidado y nuevos comienzos— le habló de esperanza. Entonces comprendió que su egoísmo y vanidad lo habían alejado de la verdadera esencia de la vida.
Ese mismo día, decidió cambiar. Dejó atrás al hombre que había sido y emprendió un camino de redención. Comenzó a participar en la vida del pueblo cercano, ayudando a quienes lo necesitaban, compartiendo su tiempo y su experiencia. Su transformación no pasó desapercibida: pronto se convirtió en una figura querida y respetada por todos.
La huella de la cigüeña no solo quedó grabada en la arena, sino también en su corazón, como la capacidad de cambio y la belleza de una vida dedicada a la bondad y la compasión.
ANA CACHINERO / Jaén