Carta a una persona que sí tiene intimidad

    11 dic 2025 / 08:34 H.
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    Me presento, mi nombre es Eva. Tengo 24 años y soy vecina de Martos. Si no te importa me tomaré la libertad de tutearte en este caso, ya que, es como si hubieses visitado el salón de mi casa, casa en la cual robaron el sábado 6 de diciembre. Creo que ya tenemos la confianza suficiente. Resulta que el salón de mi casa, con dos desconocidos dentro, no solo lo habéis visto tú, tu equipo, la Guardia Civil, la Policía Judicial, Prosegur, mi familia que vive fuera (y desconocían el robo pues queríamos encontrar el momento de contarlo), sino que, ahora es público para, literalmente, ¡todo el mundo! Menos de 24 horas después, ya estaba publicado en tu periódico. No me consta que os hayáis preocupado lo más mínimo en pedir permiso a los propietarios porque, ¡sorpresa! ¡Soy yo! ¡A mí nadie me ha pedido nada! Ahora puedes añadir mi nombre a la noticia, que para el morbo que buscáis seguro que os parece relevante. Me encanta el periodismo, la actualidad, las noticias, el estar al tanto de todo. Pero para saber que está habiendo robos en mi localidad, creo que es totalmente innecesario adjuntar un vídeo de mi salón. ¿Sabes tú cómo nos sentimos nosotros tras este hecho? ¿Sabes la sensación de vulnerabilidad de saber que dos hombres se han metido en tu casa y te han revuelto la ropa interior? ¿Sabes lo que es llegar a tu casa y encontrarte todas las puertas abiertas? ¿Sabes lo que es ir a buscar algo y ver que no está? ¿Sabes lo que es que, aparte de saber que el vídeo está en todos los dispositivos de mi pueblo, la noticia va a permanecer en tu periódico para siempre?

    Lector, creo yo que tú también tienes casa, intimidad, cuadros que no le gustan, el sofá desaliñado, trastos de por medio. ¿Publicarías un vídeo de dos desconocidos abriendo tus cajones? Me chirrían los oídos cada vez que escucho la alarma de mi casa en el vídeo. Creía que el periodismo no iba de eso. No iba de hacer daño, no iba de exprimir la intimidad de los demás. Hay límites. No os habéis preguntado si esas imágenes se pueden publicar, si tienen dueño, cómo estarán los dueños de esa casa a la que han entrado a robar. Habéis hecho un “mix”, un “edit” (al que os ha faltado poner la banda sonora de misión imposible) recopilando los robos recientes, para que a la gente le pique el morbo. Y me sorprende que ni a un solo redactor de tu equipo, le haya surgido la pregunta de si es, no solo legal, sino ético, publicar eso. En la noticia de tu periódico hay dos familias afectadas y un establecimiento. Me consta que la otra familia (cuyo patio de su casa está en la cabecera de la noticia) ya os ha escrito pidiendo que eliminarais la imagen. Le habéis dicho que sí para que se calle, y han optado por amenazar legalmente. Yo no te voy a poner una retahíla de leyes porque yo sé que tú, al igual que yo, ya te las sabes. Yo he optado por intentar hacerte ver que la situación en mi localidad, en mi barrio, en mi casa, es ahora complicada. ¿Si uno no puede estar tranquilo en casa, qué nos queda? Para terminar mi carta, me gustaría recalcar el objetivo de esta: Por favor, como vecina de Jaén, consumidora de tu periódico, y persona al igual que tú, rogaría que se elimine el contenido gráfico de la noticia, en la que aparece la propiedad privada de personas siendo totalmente violada. Se puede escribir una noticia y tocar corazones sin adjuntar contenido gráfico. Tan solo hay que escribirla bien. Hoy en día la IA te hace unas cabeceras y unos vídeos que te cagas. Por favor, no recurráis al morbo. No quiero ver a dos sinvergüenzas en el salón de mi casa por los siglos de los siglos. Si yo, que estoy sentada ahora mismo en ese sofá, he borrado el vídeo de mi móvil, ¿qué derecho hay a que tenga acceso a él todo el planeta? Los periodistas deberías dar una vuelta a si lo que hacéis es ético. La humanidad de pedir las cosas por favor y hacer las cosas por bondad, va primero. Un saludo, desde mi casa. La casa que solo debo ver yo, y a quien yo invite.

    EVA MARTOS LÓPEZ / Jaén

    El súper que lo tiene todo

    Los supermercados han dejado de ser simples lugares para llenar la nevera. Hoy se han convertido en espacios multifunción: centros de consumo que los turistas visitan para conocer la cultura local, locales donde se puede comer, puntos de preparación de pedidos online y, en muchos casos, auténticos restaurantes. Con la llegada de las festividades, los pasillos se llenan de juguetes, regalos y decoraciones, transformando estos establecimientos en verdaderos escaparates de consumo y ocio

    Este fenómeno refleja un cambio profundo en nuestros hábitos: la comodidad y la conveniencia se imponen, y las grandes cadenas amplían su oferta hasta ocupar espacios que antes pertenecían al comercio de proximidad y a la restauración tradicional. Sin embargo, esta concentración plantea preguntas importantes: ¿qué futuro queda para el pequeño comercio? ¿Qué efectos tiene en la diversidad urbana y en la vida comunitaria?

    Más allá de la comodidad que ofrecen, los supermercados se han convertido en centros donde se concentra gran parte de nuestra vida cotidiana: desde lo que comemos hasta cómo nos relacionamos y celebramos. Quizá ha llegado el momento de reflexionar sobre si queremos un modelo en el que todo se concentre en un solo espacio o si preferimos ciudades más diversas, humanas y sostenibles, donde la experiencia de comprar y compartir no dependa únicamente de grandes cadenas. En la diversidad está la variedad; lo contrario es depender del producto único. Asistimos a un fenómeno de concentración de la vida humana que merece nuestra atención.

    PEDRO MARÍN USÓN

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